10.2.07

7: Ruta Periférica y Bendiciones.

Mi papá y mi mamá terminaron separándose. Recuerdo el ambiente tensísimo que se respiraba en casa en medio de aquellas trifulcas. Papi le anunció a Mami que ya no la quería allá en Fraijanes, donde hoy está un negocio familiar. Ese pedacito de tierra significaba mucho para ella, y ahí recibió la noticia, ella que era la luna que brillaba como sátelite ansioso siempre pendiente del planeta-sol que era mi papá. No era que Mami no fuera una mujer fuerte, valiente, decidida, pero sí demasiado , demasiado enamorada ... y a estas alturas debilitada, vulnerable, frágil. Ya había sido herida por la muerte de mi hermanita de diez meses: Lilliana, por el cáncer de mama, que aunque curado, le dejó la cicatriz de una mastectomía y para coronar la enfermedad de mi abuelo, su padre, con demencia senil a muy temprana edad.

Cuando Papi le dio la noticia dicen que mi mamá comenzó a caminar carretera abajo llorando desconsolada y que él desde el carro, a la par, le pedía que se subiera para volver a Alajuela... sin que pasara nada....ni sé cómo llegaron los dos.

Fue muy duro para ella aceptar lo que ya su corazón había entendido bastante tiempo atrás. Ella ya intuía esa separación pero nunca quiso aceptarla.

Aquella noche, en casa, Papi se pasó de cuarto y Mami amaneció a los pies de su cama, desecha en lágrimas, convertida en un despojo.

Fue un trance difícil para toda la familia. Lo mejor era huir y la primera desertora fui yo.

Un mes y medio apenas después de que Papi se fuera de la casa, me fui yo. Mantener la relación con Daniel en medio de la situación familiar se había hecho insoportable y era mi prioridad, lo demás me tenía sin cuidado.

Daniel no se había reintegrado a su vida laboral como agrónomo y todavía trabajaba a tiempo completo como profesional del partido, iba a venía siempre de aquí para allá. Al tiempo se enrolaría en la planilla de un ministerio y las cosas cambiarían.

Yo me fui a vivir al apartamento de una amiga. Allí de manera intermitente nos seguimos cada vez que podíamos. Con semejantes aterrizajes y una vida más para resolver urgencias....el romanticismo amainó, hubo lágrimas, muchísimas, de él , mías, de los dos e imagino que de más personas.

Pero antes de eso ya se había iniciado la ruta periférica. Me devuelvo.

Buses para allá, buses para acá...el punto primero de mi agenda siempre era encontrarme con él, por nuestra relación dejaba todas las responsabilidades, todas las demás actividades dejaron de ser importantes para mi. Faltaba a la U, dejaba trabajos botados. Lo bueno es que conocí infinidad de rutas de autobuses de San José.

Verlo, tocarlo, sentirlo, olerlo, amarlo...era todo lo que me preocupaba. Hija de tal madre, salí pintada. Me fui graduando de satélite también. El por su parte vivía en todas partes y en ninguna. A ratos permanecía en su pueblo en San Carlos, a ratos venía a San José. Aquí se repartía entre una casa que tenía su mamá y casas de compañeros, compañeras, amigos, amigas, donde alquilaba cuartos baratos que a mi me parecía le daban algún tipo de estabilidad pero no eran más que estaciones de paso. Luego entendí que aquellos sitios sólo tenían por objetivo abrigar nuestros encuentros amorosos lejos de la mirada inquisidora de su familia.

Las primeras veces nos vimos en Barrio México. Hicimos el amor a las dos de la tarde, en un cuartito minúsculo de dos por dos colmado de ropa ajena, alguna en canastas, otra tendida...el cuarto de servicio de la casa de una amiga de su pueblo. Tras la pared delgadita ,la empleada doméstica planchaba pantalones, camisas y ropita de bebé. Puedo ver como hoy la imagen de aquella señora, bastante mayor, de trenzas grises, vestida con el hábito color café de la Virgen del Carmen. No recuerdo que nos hablara. Muy callada. El olor a plancha. Qué ganas de saber qué le pasaba por la cabeza con el ruido que de nuestros jadeos, sudores y contorsiones. Qué calor que hacía allí adentro...¡cuánto lo deseaba! ! Cuánto él me deseaba!

Entre mudanzas Daniel y yo nos vimos también en moteles. Con él los conocí todos. Hasta a aquel hotel sórdido que queda por el Cine Magaly fui a dar una vez. Entonces tenía por decoración esos posters fosforescentes de Bruce Lee y voluptuosas negras de afro de los setentas. Mi piel recuerda de sobra el escalofrío del contacto del forro plástico del colchón bajo las sabanillas delgadas , resbalosas y con chanchillos que siempre terminaban corriéndose, esas caracterísitas almohadas duras de lugar barato...el medicado olor del "des-o-tres" del baño, el puño de pelos olvidados del desagüe, la ventanilla clandestina para pagar, la cortina verde de pesado vinil del garage...las colas de las "horas pico"... bastantes veces amanecí en esas habitaciones anónimas. En una de esas visitas dejé perdida la cadenita de plata con el mapa de Palestina completo que Khaled me había regalado en Cuba.

Otras noches las pasamos en Cuatro Reinas de Tibás. Nunca se me ocurrió preguntarle a Daniel por qué cambiaba tanto de dirección. Rubén y Catalina nos dieron allí cobijo. Catalina había sido mi compañera de cuarto durante la beca en la isla. Su casa era limpia, clara, y bonita. Nuestra colchoneta flaca por todas partes. Dormíamos en el suelo, en medio de cualquier pasillo, con cualquier sábana encima. Nada nos preocupaba cuando estábamos juntos, pero con Daniel yo nunca podía planear nada.... él iba y venía cuando quería, cuando podía, cuando así lo decidía, y mi participación en la toma de decisiones era nula, totalmente improcedente.

A Desamparados también fuimos a dar ( ¡ qué profético!) Ahora no recuerdo a cuál de los Sanrrafaeles, si el de arriba o el de abajo. La cosa es que la misma colchonetilla roja en el suelo, un té o una sopita de pollo con fideos Maggi eran suficientes para entregarnos a nuestra pasión con una desesperación como de película cada vez que él decidía que nos podíamos ver. Una colcha vieja robada de algún olvidado closet familiar nos tapaba del frío que entraba por la ventana. Lo que no tapaba era la vista completa y nunca supe si alguien se asomó a fisgonear. Nada raro que hubiese ocurrido. A nosotros dos eso nunca nos importó.

De tanta tarde y noche compartida lo que rememoro ahora con mayor ternura y agradecimiento es el abrazo. La mirada. El agua fresca de tanto baño juntos. Las manos que se saben reconocer y esperar. El reconocimiento de tu deseo en el cuerpo más amado. Cuando decís hace frío por decir te amo y te entienden y te responden abrazándote.

En esta casita del humilde callejón de Desampa no había tele. Era casi un rancho pintado de color verde piscina con los marcos de las ventanas y las puertas de color vino, con esa pintura barata de aceite con que pintan las escuelas públicas. Era el hogar del compañero Humberto, un militante oriundo de Grecia, de extracción campesina, ex-combatiente sandinista también y de su humilde esposa nicaragüense, Marta. De él luego supe que se le desordenó tanto la vida que terminó asaltando, junto a unos delincuentes comunes, un banco en Panamá, para quedar allí preso poco tiempo después. De ella, no sé.

¿ En qué sitio de aquella historia quedó su joven compañera: aquella muchachita de Managua, morena, de ojos esperanzados, que se vino con el corazón lleno de ilusiones a Costa Rica, un domingo cualquiera? ¿ Dónde estará ahora? ¿ Tuvieron hijos? ¿ seguirán juntos? Nunca lo supe. Ellos fueron solidarios con nosotros. Nosotros con ellos, no.

Me acuerdo ahora de otra casa también en Desamparados ( siguen las premoniciones). En esa parte de San José que ahora se me hace tan lejana y desconocida y por la que paso de vez en cuando porque es la ruta que me lleva al doctor. Era la casa donde Fernando, otro compañero del partido y su mujer Marcela vivían junto a su pequeña de dos años. Tenía antejardín y patio, una cocina linda con pila roja y ventana de rejilla adornada con macetitas de begonias y violetas, además de una biblioteca completísima. En aquel lugar humilde, cuando de cerca cantaban los gallos, las chicharras, y se oían las risas y los juegos de los chiquillos y perros del barrio...vivimos Daniel y yo ratos inolvidables que atesoraré por siempre.

Para llegar allá tenía que tomar no sé ni cuántos buses, tempranito, por la tarde, por la noche, a todas horas, muchas veces. A veces me encontraba con Daniel en el centro de San José, en la parada, para venirnos juntos, a veces él me esperaba allá. Tengo imágenes grabadas: tocar la puerta, que él abriera sin camisa, su pecho hermoso velludo y fuerte, la risa, los antejos, y mis manos pajareándole de inmediato entre el buzo gris, mientras nos reíamos y nos besábamos. Por supuesto que muchas veces nos peleábamos, especialmente cuando yo le reclamaba atención , pero la memoria es tan curiosa, que a veces sólo se quiere acordar de lo bonito.

Debo aclarar a estas alturas que Marcela, quien era de Alajuela, me caía requetemal, y yo de hipócrita lo disimulé con tal de seguir llegando a su casa. La sentía entrometida. Yo, que sin la más mínima pena me paseaba por su hogar como si fuera mío , me sentaba en su mesa de mantel de frutas de colores y comía de su plato.

El caso es que ella me caía mal porque todo se lo contaba a mi mamá y a la esposa de Daniel, que para aquellos años eran algo así como mis enemigas. Mi madre por se del bando de las esposas y la esposa por eso: por ser la esposa. Porque Daniel, desde que lo conocí, siempre tuvo esposa. Siempre lo supe. El mismo me lo contó el primer día en que nos abrimos el corazón. Antes incluso de que nos enamoráramos. De nuevo vuelve la imagen como si se tratara de una película. Ambos en el corredor de la casa de Jaimanitas, mi hogar de La Habana...él hablándome de su vida, un jeans, una camisa beige... contándome de ella, pero yo olímpicamente borrándola de mi vida. No era personaje de mi cuento. Me sobraba.

"Sí, estoy casado, nos casamos, pero no nos comprendemos, tengo mucho de no verla...no nos amamos como pareja...tenemos mucho tiempo de separación, no sé qué siento por ella ni ella por mí...nos escribimos ¿ sabés? somos muy amigos."

Me contó que cuando él se iba a pelear al Frente Sur, ella quedó embarazada y entonces pensaron que lo correcto era casarse antes de la partida. Era importante por el hijo que venía.

"La relación nunca ha funcionado. No hemos sido felices juntos...hasta creo que se ve con un tipo...ahora sólo nos unen los chiquillos"

¿ Cuántas personas, especialmente mujeres hemos escuchados historias similares? ¿ Cuántas las viven o han vivido? Para al final, de igual manera, responder emocionadas con instinto maternal a acunar al prójimo por aquellas desdichas conyugales. En mi caso ¿ por qué tenía que ser diferente? ¿ Era acaso yo tan especial?

"Lo prefiero compartido..
.antes de vaciar mi vida,
no es perfecto,
más se acerca,
a lo que yo..simplemente soñeeeeeeeeé!!"


Entregarme al amor con un hombre en aquella circunstancia me hizo sentir útil e importante, romántico además y acorde con aquellos tiempos insurrectos. Sus confesiones fueron savia que alimentó mi espíritu eminentemente trasngresor, aventurero y rebelde.

En la casa de Fernando y Marcela, en el altillo , leímos chingos y sudados el hallazgo de "La Estación de Fiebre" de Ana Istarú sobre una alfonbra peruana de retazos de pelo de alpaca que estaba la verdad bien vieja, sucia y descosida, pero que a mi especialmente me parecía divina y super sensual...de vez en cuando y si llovía, espaguettis con atún ,vino barato de caja y café o té como postre antes de volver a subir para amarnos y amarnos sin tregua hasta el día siguiente.

"Pene de pana,
pene flor del destinado mío"

A todo esto ni mi papá ni mi mamá se enteraban mucho por dónde andaba yo. En todo caso, yo era ya toda una mujer, tenía veinte años! y él tampoco era un chiquillo, tenía veintisiete! Adultos hechos y derechos. (!¡?)

Luego las citas fueron en la casa de Lilly por la Sabana, otra cosa y más estatus en un barrio residencial de mejor ver. Como en casi todas partes, nuestro refugio era el cuarto de servicio, sólo que esta vez era más amplio y tenía baño privado...( aunque nunca lo pudimos usar porque funcionaba como bodega para chunches viejos). Utensilios "rena-ware" para preparar exquisiteces gastronómicas, camarones, lomito, hongos y chiles dulces con crema...así nos aplicábamos energía para seguir cogiendo de noche, de día, y muchas veces por la tarde. No había plata para otra cosa.

Comer y coger. Comer y coger.

Confieso que a menudo pelear también. Yo no estaba contenta con la situación y él no me ofrecía su voluntad de cambiarla, pero nada que no aliviara un nuevo beso.

Así a mi la vida se me iba a mi reduciendo, siempre a la espera de su llamada, de saber cuál bus abordar hacia la hora del abrazo que nos dejara amanecer juntos. Hasta el anhelo revolucionario se me destiñó.

Un domingo que estábamos donde Lilly, salimos a comprar hielo caminando hasta una licorera cercana cuando vimos pasar al Papa, el mismísimo Juan Pablo II que andaba por aquellos días de visita en Costa Rica. De casualidad la Nunciatura estaba cerca y nos entrometimos en el camino de la urna de cristal motorizada. El viejito bonachón al vernos nos dio su bendición mirándonos directamente a los ojos. Fue fácil sentirlo porque no había nadie más en la calle. Fue un encuentro rarísimo, cosa que en mi obnubilación romántica, y sin ser ni católica ni religiosa, me sonó como a buen augurio, a bendición, a buenos deseos y me llenó los ojos de lágrimas. Daniel se rió mucho. Todo nos servía de alimento.