9.1.07

3: Buscando El Amor Alrededor Del Mundo

El inicio del idilio estuvo marcado por una separación de cerca de un mes. Yo tuve que irme a recibir otro curso lejos de La Habana y allá se quedó Daniel con el fuego.

Nos unieron algunas cartas y una cosa que a mi se me asemejaba al éxtasis. Dormida evocaba su presencia y con ella resguardada debajo del mosquitero blanco me abrazaba despacio cuando sabía que el resto de los compañeros y compañeras dormían. Se me hicieron largos los días y las noches. Larguísimos. Eternas.

Hasta allá me llegaron algunas de sus cartas y un día su visita de sorpresa. Casi no hablamos. Sólo nos miramos y nos entregamos papeles, besos tímidos -porque había mucho testigo- regalos, risillas tontas. El encuentro que seguía iba a ser en Costa Rica, el país del que ambos teníamos más de un año de estar alejados.

Me embarqué felíz en aquel barco de cuentos recién inventado. Le puse motor, propela y velas a la balsa endeble que todavía era. Repinté de azul marino los bordes de su difusa imagen y lo traje a la vida misma para subírmele con las mejores galas y mi mejor sonrisa creyéndome capitana de algún inédito ejército de ilusiones.

Así, vestida de heroína nacional -o al menos sufragista- regresé a mi patria, a mi gente, a mi tierra, ensoñada y dispuesta a empuñar la vida alzando las banderas de la verdad, el amor, la justicia , la libertad y esas cosas que siguen siendo tan escasas y por eso todavía sonando tan bonitas. Parecía que ahora todo cobraba mayor sentido, me sentía preparada para emprender cualquier tarea que se me asignara.

Durante los días de separación, me aliviaba la ausencia de Daniel escribiéndole poemas por montones. Muchos todavía me gustan y por ahí han soportado el paso del tiempo. Con uno de ellos hasta una amiga hizo una canción y una vez la cantó en el Auditorio Nacional.

Durante el año que estuve en La Habana, antes del encuentro con Daniel, soñé sin conseguirlo realmente, alcanzar el amor en brazos extranjeros.

El primero fue Gilles, un fogoso y guapo muchacho de las Islas Seychelles que me regaló aventura, emociones y delicia con su extraordinario talento para las artes amatorias. Eramos él y yo los más jóvenes de toda la escuela y desde el principio hicimos "click" porque nos unía una suerte de complicidad cultural o de procedencia social, pese a venir de sitios tan distintos. Escuchábamos la misma música, nos gustaba bailar, nos reíamos mucho, hasta que me di cuenta que también tenía otra novia uruguaya. El caso es que un viernes llegaron ambos a invitarme a irme con ellos a la playa durante el fin de semana. Habían alquilado una cabañita y traían varias botellas de vino y hasta algunos purillos de marihuana. En aquellos lejanos años ochenta fui de esa manera convocada con bastante naturalidad y frescura a un verdadero "menage a trois" con una muchacha de Uruguay hija de exiliados en Cuba y un joven hijo de altos funcionarios del gobierno de un exótico grupo de islas paradisíacas del Oceáno Indico. Pero la verdad me dio miedo aceptar. Les dije que no, que gracias de todos modos y así me busqué a alguien más afín.

Ese fue Khaled, un palestino de ojos dulces y hermosísimos con quien tuve un romance muy sereno y delicado. Fue como bajarme de la tabla de surf de Gilles a ponerme un flotador de inflar y nadar perrito con Khaled. Con él todo fue diferentísimo, tanto que me aburrí un poco. Lo confieso. Khaled había sido educado por una familia musulmana, aunque él se declaraba marxista y libre pensador. Pero eso lo tenía marcado. Era francamente conservador y "demasiado muy prudente" para la conquista y "la colonia". Así que la verdad yo no llegué a motivarme mucho con él. Si Gilles era fuego, Khaled agua tibia. Aún así viví con él cosas bonitas, me enseñó a decir cosas en árabe, me contó de la historia de su pueblo, y me acercó a una cultura lejana y desconocida.
Khaled, nacido en Jericó, en el territorio palestino ocupado hoy por Israel, se había criado en Amán, Jordania, allí había ido a la universidad a estudiar Sociología y Filosofía. Era un muchacho lleno de sueños. Muy sano, muy puro y bueno.
A veces , cuando iba a "marcar" con Khaled a su cuarto, pasaba a "saludar" a Gilles al suyo, y bueno, la verdad Gilles y yo nos divertíamos bastante, cada vez que podíamos. Mientras Khaled me miraba, las manos de Gilles me hacían gozar.

Pero ambos romances no fueron más que el preludio del encuentro con alguien de mi misma tierra, con mi propia identidad y mi desesperada necesidad de ser amada y amar. Tanto correr buscando el amor por tantas partes para volver llena de multitudes cuzando el Caribe hasta mi pedacito de tierra soñolienta enamorada de un compañero de acá mismo.

Las vueltas del destino "Uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida".

De Gilles supe luego que se casó con una muchacha nica que conoció al año siguiente allí mismo en la escuela y parece que ella se fue con él para Seychelles. De Khaled nunca supe nada más. Por muchos años , viendo las noticias del Medio Oriente y los conflictos de allá, por televisión, muchas veces he intentado adivinir entre los rostros que veo, alguno que me lo recuerde a él.

Las rupturas con estos muchachos siempre fueron amistosas, agradables, las relaciones tranquilas, equitativas, placenteras. Tanto, que cuando conocí a Daniel le conté a Khaled y lo asumió bien. No recuerdo ni discusiones ni peleas, ni celos ni nada que se pareciera a ambiente tenso o incómodo.

Incluso estando todavía allí, cuando estalló un conflicto militar entre el ejército de Israel y los territorios ocupados, Khaled fue llamado por su organización a pelear al frente de batalla junto al grupo de compañeros palestinos y se fue. Como muestra de amor y ya cuando se iba a montar a una microbus que se lo llevaba, le di un libro de Jorge Debravo que a él le gustaba mucho. Recuerdo muy bien el último beso que nos dimos y el fuerte abrazo que selló nuestro encuentro. En viaje hacia la zona de guerra, me escribió desde Siria. Me mandó una tarjeta de Damasco. ( Damascus...decía él...)

Nunca más lo vi...pero él si volvió a La Habana poco tiempo después y desde allá me escribió para contarme que todos habían regresado bien. Entonces le mandé unas cartas y unos regalitos desde Costa Rica con una amiga que iba para la isla. Ella me cuenta que Khaled recibió emocionado la correspondencia y le dijo que le iba a mostrar algo. Orgulloso le trajo el libro del poeta costarricense y le pidió que me dijera a mi que esa poesía lo había protegido en los combates en que participó.

1 comentario:

@le dijo...

"Parecía que ahora todo cobraba mayor sentido, me sentía preparada para emprender cualquier tarea que se me asignara."

@