16.1.07

5: Abrir los ojos y volverlos a cerrar

Volver a Costa Rica desde aquella isla grande de palmeras y soles, representó un abrir de ojos de repente que no me imaginaba. Un año fuera entre los dieciocho y diecinueve años transforma las realidades bastante.

A esas edades crecés con levadura en todo sentido. Todo se condensa y al tiempo le caben más asombros, sorpresas e intenciones que cuando ya tenés cuarenta y te ponés a recordar.

Mi hermosa chiquita de cuentos creía que volvía con su alma gemela en carrusel alado a pisar una alfombra verde esperanza, pero no: venía sola. Verdaderamente sola.

Porque apenas al llegar, detrás de los anteojos del primer Daniel de La Habana comenzó a asomarse el Daniel espeso, difuso, inseguro y muchas veces triste de este otro cuento.

Este nuevo Daniel no encontró la manera de acomodarme realmente dentro de su vida, vida que ya estaba de algún modo hecha y donde yo no cabía aunque tratara con toda la fuerza del mundo de meterme. No dependía eso de mi. No fuí aceptada.

Aquellos ojillos mareados por el viaje se tuvieron que abrir de sopetón con el regreso: en casa todo patas arriba, una familia pegada con saliva, los hermanitos menores al garete y las caras de estupor con la noticia de mi nueva "relación".

Alejandra, mi hermana mayor siempre ha sido sabia. Tiene esa sabiduría elemental que se hereda entre las mujeres de distintas generaciones. Ella la recogió de mami. Cuando intuye cosas, la mayor parte del tiempo la vida le devuelve la razón. Yo en cambio , en aquellas bajuras....levitaba montada en nubes y ensoñaciones. Poco terrenal fui siendo niña y parecía que la adolescencia no había provocado mayor cambio en ese sentido. La pobre estaba sufriendo mucho la tensión entre mi padre y mi madre, y lo que es peor , sin la compañía de Antonio y mía. Ingrid y Ernesto estaban muy pequeños para entender mucho. A Eva ni la cuento porque le tocó chuparse mucho durante toda la vida y aquello la sobrepasaba. Lo cierto es que el asunto se había ido haciendo cada vez más incómodo e insoportable. Alejandra se había quedado sola. Pero, por dicha tenía su Angel, un indio precioso que la mira desde entonces con ojos enamorados.

Ante aquella realidad tocaba parar de soñar y navegar, y parar de cantar cancioncitas dulzonas.
El temita nuestro cayó como balde de agua fría en todas partes allí donde se anunció o se intuyó. A nadie le hizo nada de gracia. A Alejandra tampoco. Menos a ella.

El último mes en Cuba había sido premonitorio. Ya no nos podríamos ver Daniel y yo en cualquier momento ni en cualquier lugar. El tenía cosas que atender, cosas pospuestas, responsabilidades relegadas. Entonces, estando él más comprometido y con la agenda más poblada, era a mi a la que me tocaba, como Penélope, esperar.

Claro que nos seguimos viendo y el fuego se mantenía. Sólo que ahora él era el que decidía cuándo y dónde. Dejé de ser protagonista de mis días. Solté mi libertad. Comenzó el miedo.

En todo caso, había que volver a trabajar, a ganarse la vida, la casa, el almento, a buscarse los cincos para ir al cine y para agenciarse la ropita bonita que siempre me gustó.

En Cuba, no siendo aquello de la moda prioridad durante aquellos años, me había perdido de más de un "detalle", y era urgente ponerse al día. Siempre me han gustado los trapos , los zapatos, la bisutería, las carteras. En eso salí a Nana, mi abuela. Nana fue famosa por eso. Tenía una colección de sombrillas de todos los colores y tamaños en un perchero a la entrada de la casa para usar la que más le fuera con el vestido del día, que siempre era precioso. Nunca se asoleó la cara mi abuela. Era vanidosísima. Nunca salía ni a la esquina con los labios sin pintar.

Recuerdo entonces que lo primero que la nieta se compró fueron unos zapatos rojos. Bajitos, puntiagudos, como dictaba la tendencia ochentera. Los encontré en una boutique llamada Vogue, en el Paseo Colón, en San José. Los combinaba con un vestido minifalda lindo de color lila , amarillo y rojo que mi abuela me había mandado a Cuba y que allá había sido todo un éxito. Nunca me han faltado los zapatos rojos, pero curiosamente cuando intenté leer el libro de las mujeres que corren con lobos, me quedé pegado en el capítulo del mismo nombre. Es una duda que tengo que entender. Cosas curiosas. Pero no me desvío.

Sigo.

En casa se me proveía de lo indispensable. Allá dormía y allá comía. En todo caso sólo eso era lo que nos parecía normal. Nunca pedí a mi papá ni a mi mamá cosas innecesarias. Ni siquiera un libro, un disco...mucho menos una pulsera o una blusa. Incluso les rogué llorando que no me pagaran más la Universidad y lo aceptaron. Ya se verá más adelante por qué.

Desde que yo salí del colegio, mis hermanos , mis hermanas y yo aprendimos a agenciarnos por nuestra cuenta la plata para nuestras cosas. Trabajillos ocasionales, regalos de los abuelos y las abuelas, ahorros de regalos de navidad. Cada uno y cada una hacía lo que podía en ese sentido. En mi caso , de por si, el norte seguía siendo La Revolución, el último y más valioso fin de nuestras vidas. Nada era tan importante como "la lucha".


Que nos bese un quetzal

cien mil abrazos

y que con su vuelo

entonen los malinches

los himnos satisfechos del futuro,

que de amarillo y verde

se nos tiña este nuevo amor de helechos silvestres

y nos emerja despierta

una amapola de fuego

en el centro de la guerra.



Que los volcanes violentos de estas adolescentes tierras

coronen su furia de rosas blancas,

que las manos de los hermanos verdaderos

se unan a las de las hermanas verdaderas,

que en un abrazo se obvien las fronteras

y se ensanchen los cauces verticales

para que suene la música.



Que nos inunde de sabia la espuma del Caribe

y el canto dulce del pájaro invisible de la montaña,

que de tan común nuestro amor sea humano,

y le crezcan motivos y alas para el canto.




Centroamérica toda era un volcán mientras yo seguía intentanto compaginar con aquello poemas enamorados. Intentaba seriamente que no sonaran cursis y pocas veces lo lograba. Leía y leía tratando de acompañarme de las palabras que otros u otras hubieran podido escribir en similares circunstancias. En esos años descubrí a Cortázar, a Benedetti, a Vallejo, a Ottó René Castillo, a Roque Dalton, a Jorge Amado. Las canciones me las aportaban Mercedes Sosa, Nacha Guevera, Chico Buarque, Viglietti, Silvio, Pablo...Gioconda Belli, María Bethania, Ernesto Cardenal. La poesía es medicina, la música alivio. Junto a ellas es más fácil todo. Sin canciones nunca pude más vivir.

Participaba todo lo que podía en lo que era apoyo a la Revolución Sandinista, a la lucha guerrillera en El Salvador y Guatemala, y a la propia guerra cotidiana nacional para acompañar a nuestro pueblo a buscarle salidas a la pobreza , la injusticia y la desesperanza. ¿ Cuántas horas tenía cada jornada? Ni se nos ocurría ponerle límites. Las prioridades no se discutían. La militancia era por sí misma un proyecto de vida. Cada uno lo enfrentaba a su manera, y como en el saco de las rebeldías cabía de todo, a las angustias colectivas y a los sudores de "las causas proletarias", yo agregaba mi derramada dosis de fe en el amado compañero.

El saco era pesado, pero yo lo creía liviano. Para mi era revolotear de liberadas mariposas amarillas Mauricio Babilonia. Cada día lo emprendía felíz y con los ojitos cerrados. No quería ver los nubarrones que me perseguían. Ni en mi corazón, ni en mi casa, ni en mi historia con él y sus bemoles.

¿ Cuántos buses cogí detrás de sus abrazos? ¿ Cuántas horas gasté detrás del poquísimo tiempo que el podía destinarme?

La vida se me iba en eso y yo ni cuenta me daba.

Daniel hablaba quedito. Arrastraba las palabras pronunciando la "erre" de esa manera especial . Ya conté que se reía vacilón, pero se reía poco, andaba la mayor parte del tiempo con cara de tragedia. En eso sí que no era muy especial. Esa característica le unía a muchos compañeros. Ahora pienso que podía ser la edad. Cuando tenés la edad en que te sentís importante, pues lo lógico es que pongás cara "cool". Daniel no tenía ni treinta todavía. Andaba en los veintisiete, por ahí. Nos tomábamos todo con cara de tango, era requisito para asumirnos con capacidad de ser héroes y heroínas.

Poco tiempo después del regreso y por cosas que vaya usted a saber por qué pasaban, porque en medio de todo es difícil de entender, Daniel comenzó a trabajar como profesional del partido. Eso quería decir que dejaba atrás su carrera y se dedicaba tiempo completo a tareas del trabajo político, y por su experiencia fue asignado como parte del equipo de guardaespaldas de mi papá. ¿ Por qué a mi papá? ¿ y cómo un ingeniero agrónomo que hablaba portugués terminó en esto? No es simple entenderlo, pero terminará siendo hilo importante del desenrollo de esta madeja enredada.

Resulta que mi papá era el máximo líder de la organización. El Partido. En ese tiempo incluso era diputado nacional por la coalición de izquierda. Y eso , en tiempos de guerras civiles en Centroamérica y de una revolución colindando con el Río San Juan, no era cosa para ver de modo ligero.

Aunque en Costa Rica vivíamos una situación de paz y respeto hacia los grupos disidentes y de izquierda, se movían en nuestro territorio muchas fuerzas e intereses poderosos y clandestinos. Desde acá salía mucha ayuda para los grupos alzados de Guatemala y El Salvador y los pocos foquitos que se encendieron en las montañas hondureñas. Mientas el gobierno de Reagan amedrentaba a propios y extraños con una guerra sucia, irregular y despiadada contra la Revolución en Nicaragua, nosotros por nuestra parte apoyábamos ese proceso.

Las dictaduras de los países del norte, por su parte, eran manejadas por los mecates de la administración Reagan y contaban con bastante apoyo nacional también. No sé cómo logramos salir ilesos de entre esos dos fuegos. Si a nivel global aquello se dio en llamar Guerra Fría, nunca las cosas estuvieron más calientes en Centroamérica. Y justo es recordar que el proceso dejó bastante sangre costarricense en cantidad de caminos de polvo y barro centroamericanos, pero esa historia no la puedo contar yo por respeto a quienes la vivieron más de cerca. Siento que a ellos y a ellas les toca. No a mi. Ojalá algún día esos recuerdos salgan de entre la piel y el alma de tanta gente involucrada.

En algún momento a mi papá lo amenazaron de muerte. Bueno, no sólo a él, a toda su familia también. La cosa arreció sobremanera después del acto de bienvenida que el Presidente Monge le dio a Reagan en el Teatro Nacional.







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