Esta Novelita está parada porque ha tenido una regresión y está digiriendo algo bien grueso, curiosamente porque hechos de esta historia antigua han vuelto al presente a remover viejas heridas y revivir sentimientos y emociones hasta hace poco olvidados.
Seguirá cuando pueda "dar del cuerpo" debidamente.
;)
la autora.
14.5.07
18.4.07
10: Matrimonios , Parejas , Culpas y Revoluciones.
Es un colocho tremendo. Estando incluso casada yo con Víctor, cuando me enteraba de que alguien casado emprendía una relación fuera del matrimonio, y aún sin percatarme realmente de los detalles peculiares de cada asunto, siempre tendí a verlo con simpatía. ¿Un afán transgresor? Ahora sí...quizá...ahora que lo tengo más claro...pero no es que pueda meter todos los casos en el mismo saco y entiendo claramente que no todas las situaciones son iguales. Pero lo cierto es que cuando me pillo sintiendo eso me pellizco para despertarme y me pregunto el origen de semejante ligereza que no toma en cuenta la falta de lealtad que acompaña generalmente a estas situaciones.
Es medio complicado de explicar. A ratos siento que tal vez se trata de buscar compañeros o compañeras de culpa, porque fue mucha la culpa que sentí y que no estuve dispuesta a asumir en soledad, o más bien el origen lo encuentro en el propio cuento del matrimonio de mi padre y mi madre ... no sé.
Mi relación con Daniel, aquella pasión y todo lo que la rodeaba, me colocó en posición de combate, desde el inicio, contra mi propia madre. Cuando llegamos de la isla ella misma vivía lo peor de una cadena de largos dolores en su relación con mi papá. Coincide el momento histórico con las fechas en que mi papá comienza a dejar de amar a mi mamá del mismo modo que antes...o quizá a perder la fe en esa relación, que no es lo mismo pero es parecido.
Tenían ella y él casi veinticinco años de casados. Tuvieron juntos seis hijos ( una de las cuales murió de diez meses ) y compartían una vida entera de pasión, complicidad y solidaridad que parecía a prueba de cualquier cosa. En algún momento, antes de que naciera mi hermano Ernesto, incluso habían buscado llenar un vacío circunstancial en brazos ajenos. Cada uno por su lado. De una de esas relaciones mi papá tuvo otra hija. Hija de la que tuvimos noticia mis hermanos, mis hermanas y yo hasta que la llegó a reconocer más de diez años después... Nos habían guardado papi y mami ese secreto por tantos años...aunque parezca increíble en ese pueblo tan pequeño en que vivíamos. Raro, complicado y sobre todo: difícil de recomponer. Es otra historia.
Pero la verdad es que mi papá andaba ya con ganas de zafarse de la relación con mi mamá. Se respiraba mucha tensión en la casa. Se apuraba él a lanzarse como chiquillo ilusionado a beber de las frescas mieles de un nuevo amor ( otro) y mi madre lo sospechaba, y yo, una de sus hijas, precisamente, vivía una aventura también con alguien casado. Eso era así de sencillo a ojos de mi madre, que en mi actitud se sentía traicionada de la manera más vil. Me colocaba a mi matemáticamente en el bando de "la enemiga".
Pero ni eso ni nada era tan simple.
Mis padres se amaron desde que casi eran niños. Guardo en mi caja de fotos viejas una de mi papá y mi mamá juntos en la fiesta de quince años de ella. Por ahí anduvo una tarjetita que mami mostraba con orgullo en el pasado. Una que se usaba en aquellos años en los bailes. En ella venían todas las piezas que iba a tocar la orquesta ( en este caso: Lubín Barahona, en el Centro Internacional de Alajuela) con un espacio en blanco para que el muchacho le firmara a la muchacha la pieza que quería bailar con ella. Mi papá había firmado en diagonal con su nombre en grande sobre la tarjeta de mi mamá reservándosela sólo para él. Quién sabe qué se hizo el cartoncito aquel, pero lo que en algún momento vimos en la casa como "muestra de amor", ahora se me estila un poco distinto...pero bueno...desde entonces ...
Se habían conocido en la secundaria. Se comenzaron a gustar desde allí aunque ambos viajaron al exterior apenas terminándola. Mi papá primero a EE.UU. Mi mamá dos años después a Bélgica. Pero la relación continuó fortaleciéndose durante las vacaciones.
Luego de graduarse, mi papá regresó para casarse con mi mamá. Se fueron de luna de miel a Europa. Comenzaron su hogar protegidos por un pueblo pequeño que los idolatraba a ambos y los reconocía como hijos ejemplares ( ambos lindos, inteligentes, populares...) y admirados de dos familias respetadas por su condición social , las que a su vez no escatimaron recursos, mimos ni apoyo para la feliz pareja y todos sus caprichos desde el inicio. Varios meses viviendo en el Barrio Latino de París coronaban el cuento rosado. Cosa emblemática: la primera noche de bodas fue en La Habana del primer año de la Revolución. 1959.
Pero mantener esos personajes pesa. Cuesta. Es demasiada carga. Cantidad de ojos y sentimientos colocando sobre ellos, expectativas y realizaciones ajenas....Sobre todo porque ambos, en su interior, traían consigo unas ganas enormes de rebelarse contra convencionalismos y tuvieron posteriormente que enfrentarse al problema de querer ser diferentes proponiéndose la militancia política de izquierda que no estaba en el guión. La disidencia se pagó caro.
Cada historia está conformada por cantidad de pequeñas historitas que se entrelazan y van tejiendo cada vida...cada una en particular y cada una en colectivo: la familia , la comunidad, la sociedad...y cada evento integrándose y modificándolo todo, una y otra vez de nuevo...como si el tiempo no fuera lienal...¿ lo es?
Dolores personales fueron sumándose a través de los años y empañando aquel libro de cuentos de carátula dorada. Un aborto espontáneo en el tercer embarazo, la muerte de mi hermanita Ligia, desencuentros, y un cáncer de mama para ella: mi mamá, y a la corta edad de treinta y siete años. Mami entró al quirófano para que le hicieran la biopsia de "una pelotita"...Estando bajo el efecto de la anestesia total los médicos se dan cuenta de que se trata de un tumor ya avanzado...Piden a mi padre la autorización para amputarle el pecho izquierdo y cortarle los tubos. Mi papá firma en su nombre. Mi madre se despierta sin un pecho y sin la posibilidad de poder quedar embarazada nunca más. Nadie le preguntó qué deseaba. Los hombres decidieron por ella. Eso fue en 1975.
Un golpe hondo para ella que colocaba gran parte de su seguridad personal y autoestima en su atractiva presencia física. Mi mamá era , se sentía y se proponía al mundo como una mujer "sexy". Mi papá alentaba aquello. No perdía ocasión para piropearla, celebrarle sus bellezas, regalarle bikinis, minifaldas...Ella, para coquetearle.
De la historia de mis padres juntos me quedan recuerdos imborrables: una pareja enamorada que se amaba con pasión y que a cada rato se la demostraba por toda la casa frente a las carillas "chilladas" de nosotros: sus hijos e hijas...y al mismo tiempo mucha lágrima y violencia. En mi casa se vivía una tremenda energía erótica, a muchos niveles...o al menos así la sentía yo no entiendo aún por qué. Nuestra vida estaba también llena de personas que entraban y salían , de aventuras psicológicas , educativas, éticas para encarar las relaciones familiares. Eran años de búsqueda. De movimiento constante. Pasamos por experiencias hiperdemocráticas por un lado donde el voto de mi papá valía lo mismo que el de los hijos, hasta otras de un autoritarismo descomunal. Nos pegaron mucho papi y mami a mis hermanos mayores y a mi durante toda la infancia. Pero yo creo que a mi más que a Alejandra y a Antonio....tenía puesta en el pecho todo el tiempo la etiqueta de "rebelde", "malcriada", "vaga", "desobediente", "perezosa", "necia", "llorona", "majadera"....Ay! ...cosas que quizá solo yo recuerdo, pero todo muy intenso y contradictorio. Tan intenso que enfermó a mi mamá y a mi papá lo cansó. Cada cuerpo resuelve a su manera las vías de escape para sus combustiones internas. Por eso yo escribo.
Volviendo al momento en que regreso yo de Cuba con esta peculiar historia de amor en la maleta, 1982...Coinciden los días con el desvanecimiento de muchas ilusiones colectivas. Nada era más lo que parecía. Se comenzaba a derrumbar el campo socialista...la invasión soviética a Afganistán tenía dividido al movimiento revolucionario mundial...se desacian lazos, los mayores y los menores.
Mi padre no pudo más. No quiso amarla más. Ella no lo soportó. Lo idolatraba. Se fue quedando sola, se le desmadejaba la cuerda del cometa que era para ella mi padre. La imagino corriendo por los potreros de Fraijanes detrás del hilo que se le iba...que le arrebataba el cielo de la vida y que no quiso nunca perder de vista. Su amado se le iba volando, su todo, su norte, su fin, su guía, su regazo. El mismo, sin darse cuenta, iba dejando atrás una parte de sí, una vida entera. Nada volvió a ser como antes. El castillo de naipes de lo que era mi familia se desarmó.
Igual la Revolución en Nicaragua se enredaba. Porque aunque la guerra impuesta por el gobierno de Reagan dificultaba el desarrollo del proceso con toda suerte de agresiones lo cierto es que el poder engolosinó desmedidamente a la mayoría de sus dirigentes, que olvidando las razones y los sacrificios históricos de su pueblo, se dedicaban a traicionarlo y enriquecerse. En El Salvador la guerra se convertía en un pozo de sangre sin fondo. Las rencillas entre la gente que integraba las organizaciones revolucionarias se acrecentaban. Poca gente entendía lo que sucedía, algunos y algunas abandonaban los barcos, otros y otras se rascaban la cabeza, otros daban palos de ciego buscando soluciones...fue el caos.
Mi mamá quedó muy mal después de la separación. Sufría mucho. En su búsqueda de explicaciones llegó a simplificar las cosas de la manera más simple: mi papá la dejaba "por otra". Todo era culpa de "la otra". "La intrusa". Tenía que colocar en alguna parte su enojo y lo colocó donde más usualmente se coloca. Lógico entonces que comenzara también a considerarme a mi, su propia hija, como una representante del bando enemigo, el de "las malas", las "roba-maridos", las "destruye familias", etc, etc.
Semejante conflicto lo alimentaba yo con la soberbia actitud que asumía para defenderme de aquellas afrentas. Pero si mi madre simplificaba, yo más: Mami debía dejar partir a Papi, porque lógico que tan insoportable que estaba que Papi ¿ cómo iba a quererla así? Qué absurdo que ella no lo entendiera! La inmadurez no me daba para atar compasión con amor, unir sensibilidad con humildad... En vez de eso posiblemente fantaseaba con la desesperada necesidad de que Daniel también se divorciara de una vez por todas de Roxana y se casara conmigo, al igual que mi padre se estaba casando ya con Xenia. Confundía yo personajes, tiempos, ansiedades, colocando en el lugar de una cosa la otra como si se tratara de casos similares.
La danza la bailábamos tres parejas con la desproporción de contener dos hombres y cuatro mujeres; y según yo con la misma música y los mismos pasitos coreográficos. Yo me colocaba en mi posición de diva y a los demás los acomodaba infantilmente como muñequitos de papel en función de mis necesidades personales. Nada de aquello tomaba en cuenta el protagonismo de cada quien en su propia historia, las relaciones distintas que se desarrollaban, los lazos, los años, lo construido en común, los hijos, las hijas, los sueños, el amor desarrollado en cada subconjuto. Yo no podía en mi ceguera entender aquella complejidad.
¿ Cuánto dolor nos causamos? ¿ Cuánto dolor encima del dolor? Todos, todas...pero no me toca juzgar ni entender a nadie...sino asumir mi cuota personal para crecer...¡qué tonta que fui.! Pero ...¿ podía más? ¿ pude haber hecho más? No lo creo. No entendía nada, no estaba lista ni preparada.
Nunca mi madre y yo nos reconocimos como parte del mismo bando: el bando mayor, el de las enamoradas...bando que quizá compartíamos con Xenia y con Roxana también. Mujeres Enamoradas. Todas. Hermanas. Todas dispuestas a todo por amor, a adornar con los adjetivos de sus deseos lo que no era tal, lo que se nos ofrecía limitado, egoísta, convulso, complicado, alejado, difícil de entender, como cantidad de historias parecidas que comienzan, se desarrollan y acaban todos los días en todas partes del mundo.
Pero ni mi juventud ni su desesperación lo entendieron en aquellos momentos. El brote verde de la comprensión y el perdón nunca lo dejamos crecer. Cierto es que nos hicimos mucho daño.
No olvido un paseo de fin de año a un sitio cerca del Volcán Irazú donde mami y yo tuvimos un enfrentamiento horrible, con golpes y todo. Una cosa fea, fea y desgarradora de la que todavía llevo cicatrices en mi brazo izquierdo. Las dos estábamos sufriendo similar abandono, impotencia y soledad. Daniel nunca celebró conmigo un fin de año. Nunca lo hizo. Y aquel era el primer fin de año de mi madre sin mi padre. Llorábamos ella y yo con igual desesperanza la ausencia de los hombres que más amábamos y como tontas nos herimos muchísimo confundiendo las tristezas. Mi hermanita menor, Ingrid, con apenas diez años, y una amiga gringa que nos acompañaba....fueron testigos de aquello tan vergonzoso que pretendía ser una manera distinta de celebrar el año nuevo. Bajamos de la montaña antes del 31, prematuramente, gritándonos y peleando como descosidas dentro del carro. Dos totalmente desbocadas, las otras dos totalmente impresionadas.
Mientras tanto, nuestra propia organización política se disgregaba y se dividía en cantidad de grupos, sub-grupos y pedacitos. Todos inconformes y señalándose con el dedo. Los antiguos hermanos de lucha peleándose como perros y gatos. De solo recordarlo me entra un cansancio....
Es medio complicado de explicar. A ratos siento que tal vez se trata de buscar compañeros o compañeras de culpa, porque fue mucha la culpa que sentí y que no estuve dispuesta a asumir en soledad, o más bien el origen lo encuentro en el propio cuento del matrimonio de mi padre y mi madre ... no sé.
Mi relación con Daniel, aquella pasión y todo lo que la rodeaba, me colocó en posición de combate, desde el inicio, contra mi propia madre. Cuando llegamos de la isla ella misma vivía lo peor de una cadena de largos dolores en su relación con mi papá. Coincide el momento histórico con las fechas en que mi papá comienza a dejar de amar a mi mamá del mismo modo que antes...o quizá a perder la fe en esa relación, que no es lo mismo pero es parecido.
Tenían ella y él casi veinticinco años de casados. Tuvieron juntos seis hijos ( una de las cuales murió de diez meses ) y compartían una vida entera de pasión, complicidad y solidaridad que parecía a prueba de cualquier cosa. En algún momento, antes de que naciera mi hermano Ernesto, incluso habían buscado llenar un vacío circunstancial en brazos ajenos. Cada uno por su lado. De una de esas relaciones mi papá tuvo otra hija. Hija de la que tuvimos noticia mis hermanos, mis hermanas y yo hasta que la llegó a reconocer más de diez años después... Nos habían guardado papi y mami ese secreto por tantos años...aunque parezca increíble en ese pueblo tan pequeño en que vivíamos. Raro, complicado y sobre todo: difícil de recomponer. Es otra historia.
Pero la verdad es que mi papá andaba ya con ganas de zafarse de la relación con mi mamá. Se respiraba mucha tensión en la casa. Se apuraba él a lanzarse como chiquillo ilusionado a beber de las frescas mieles de un nuevo amor ( otro) y mi madre lo sospechaba, y yo, una de sus hijas, precisamente, vivía una aventura también con alguien casado. Eso era así de sencillo a ojos de mi madre, que en mi actitud se sentía traicionada de la manera más vil. Me colocaba a mi matemáticamente en el bando de "la enemiga".
Pero ni eso ni nada era tan simple.
Mis padres se amaron desde que casi eran niños. Guardo en mi caja de fotos viejas una de mi papá y mi mamá juntos en la fiesta de quince años de ella. Por ahí anduvo una tarjetita que mami mostraba con orgullo en el pasado. Una que se usaba en aquellos años en los bailes. En ella venían todas las piezas que iba a tocar la orquesta ( en este caso: Lubín Barahona, en el Centro Internacional de Alajuela) con un espacio en blanco para que el muchacho le firmara a la muchacha la pieza que quería bailar con ella. Mi papá había firmado en diagonal con su nombre en grande sobre la tarjeta de mi mamá reservándosela sólo para él. Quién sabe qué se hizo el cartoncito aquel, pero lo que en algún momento vimos en la casa como "muestra de amor", ahora se me estila un poco distinto...pero bueno...desde entonces ...
Se habían conocido en la secundaria. Se comenzaron a gustar desde allí aunque ambos viajaron al exterior apenas terminándola. Mi papá primero a EE.UU. Mi mamá dos años después a Bélgica. Pero la relación continuó fortaleciéndose durante las vacaciones.
Luego de graduarse, mi papá regresó para casarse con mi mamá. Se fueron de luna de miel a Europa. Comenzaron su hogar protegidos por un pueblo pequeño que los idolatraba a ambos y los reconocía como hijos ejemplares ( ambos lindos, inteligentes, populares...) y admirados de dos familias respetadas por su condición social , las que a su vez no escatimaron recursos, mimos ni apoyo para la feliz pareja y todos sus caprichos desde el inicio. Varios meses viviendo en el Barrio Latino de París coronaban el cuento rosado. Cosa emblemática: la primera noche de bodas fue en La Habana del primer año de la Revolución. 1959.
Pero mantener esos personajes pesa. Cuesta. Es demasiada carga. Cantidad de ojos y sentimientos colocando sobre ellos, expectativas y realizaciones ajenas....Sobre todo porque ambos, en su interior, traían consigo unas ganas enormes de rebelarse contra convencionalismos y tuvieron posteriormente que enfrentarse al problema de querer ser diferentes proponiéndose la militancia política de izquierda que no estaba en el guión. La disidencia se pagó caro.
Cada historia está conformada por cantidad de pequeñas historitas que se entrelazan y van tejiendo cada vida...cada una en particular y cada una en colectivo: la familia , la comunidad, la sociedad...y cada evento integrándose y modificándolo todo, una y otra vez de nuevo...como si el tiempo no fuera lienal...¿ lo es?
Dolores personales fueron sumándose a través de los años y empañando aquel libro de cuentos de carátula dorada. Un aborto espontáneo en el tercer embarazo, la muerte de mi hermanita Ligia, desencuentros, y un cáncer de mama para ella: mi mamá, y a la corta edad de treinta y siete años. Mami entró al quirófano para que le hicieran la biopsia de "una pelotita"...Estando bajo el efecto de la anestesia total los médicos se dan cuenta de que se trata de un tumor ya avanzado...Piden a mi padre la autorización para amputarle el pecho izquierdo y cortarle los tubos. Mi papá firma en su nombre. Mi madre se despierta sin un pecho y sin la posibilidad de poder quedar embarazada nunca más. Nadie le preguntó qué deseaba. Los hombres decidieron por ella. Eso fue en 1975.
Un golpe hondo para ella que colocaba gran parte de su seguridad personal y autoestima en su atractiva presencia física. Mi mamá era , se sentía y se proponía al mundo como una mujer "sexy". Mi papá alentaba aquello. No perdía ocasión para piropearla, celebrarle sus bellezas, regalarle bikinis, minifaldas...Ella, para coquetearle.
De la historia de mis padres juntos me quedan recuerdos imborrables: una pareja enamorada que se amaba con pasión y que a cada rato se la demostraba por toda la casa frente a las carillas "chilladas" de nosotros: sus hijos e hijas...y al mismo tiempo mucha lágrima y violencia. En mi casa se vivía una tremenda energía erótica, a muchos niveles...o al menos así la sentía yo no entiendo aún por qué. Nuestra vida estaba también llena de personas que entraban y salían , de aventuras psicológicas , educativas, éticas para encarar las relaciones familiares. Eran años de búsqueda. De movimiento constante. Pasamos por experiencias hiperdemocráticas por un lado donde el voto de mi papá valía lo mismo que el de los hijos, hasta otras de un autoritarismo descomunal. Nos pegaron mucho papi y mami a mis hermanos mayores y a mi durante toda la infancia. Pero yo creo que a mi más que a Alejandra y a Antonio....tenía puesta en el pecho todo el tiempo la etiqueta de "rebelde", "malcriada", "vaga", "desobediente", "perezosa", "necia", "llorona", "majadera"....Ay! ...cosas que quizá solo yo recuerdo, pero todo muy intenso y contradictorio. Tan intenso que enfermó a mi mamá y a mi papá lo cansó. Cada cuerpo resuelve a su manera las vías de escape para sus combustiones internas. Por eso yo escribo.
Volviendo al momento en que regreso yo de Cuba con esta peculiar historia de amor en la maleta, 1982...Coinciden los días con el desvanecimiento de muchas ilusiones colectivas. Nada era más lo que parecía. Se comenzaba a derrumbar el campo socialista...la invasión soviética a Afganistán tenía dividido al movimiento revolucionario mundial...se desacian lazos, los mayores y los menores.
Mi padre no pudo más. No quiso amarla más. Ella no lo soportó. Lo idolatraba. Se fue quedando sola, se le desmadejaba la cuerda del cometa que era para ella mi padre. La imagino corriendo por los potreros de Fraijanes detrás del hilo que se le iba...que le arrebataba el cielo de la vida y que no quiso nunca perder de vista. Su amado se le iba volando, su todo, su norte, su fin, su guía, su regazo. El mismo, sin darse cuenta, iba dejando atrás una parte de sí, una vida entera. Nada volvió a ser como antes. El castillo de naipes de lo que era mi familia se desarmó.
Igual la Revolución en Nicaragua se enredaba. Porque aunque la guerra impuesta por el gobierno de Reagan dificultaba el desarrollo del proceso con toda suerte de agresiones lo cierto es que el poder engolosinó desmedidamente a la mayoría de sus dirigentes, que olvidando las razones y los sacrificios históricos de su pueblo, se dedicaban a traicionarlo y enriquecerse. En El Salvador la guerra se convertía en un pozo de sangre sin fondo. Las rencillas entre la gente que integraba las organizaciones revolucionarias se acrecentaban. Poca gente entendía lo que sucedía, algunos y algunas abandonaban los barcos, otros y otras se rascaban la cabeza, otros daban palos de ciego buscando soluciones...fue el caos.
Mi mamá quedó muy mal después de la separación. Sufría mucho. En su búsqueda de explicaciones llegó a simplificar las cosas de la manera más simple: mi papá la dejaba "por otra". Todo era culpa de "la otra". "La intrusa". Tenía que colocar en alguna parte su enojo y lo colocó donde más usualmente se coloca. Lógico entonces que comenzara también a considerarme a mi, su propia hija, como una representante del bando enemigo, el de "las malas", las "roba-maridos", las "destruye familias", etc, etc.
Semejante conflicto lo alimentaba yo con la soberbia actitud que asumía para defenderme de aquellas afrentas. Pero si mi madre simplificaba, yo más: Mami debía dejar partir a Papi, porque lógico que tan insoportable que estaba que Papi ¿ cómo iba a quererla así? Qué absurdo que ella no lo entendiera! La inmadurez no me daba para atar compasión con amor, unir sensibilidad con humildad... En vez de eso posiblemente fantaseaba con la desesperada necesidad de que Daniel también se divorciara de una vez por todas de Roxana y se casara conmigo, al igual que mi padre se estaba casando ya con Xenia. Confundía yo personajes, tiempos, ansiedades, colocando en el lugar de una cosa la otra como si se tratara de casos similares.
La danza la bailábamos tres parejas con la desproporción de contener dos hombres y cuatro mujeres; y según yo con la misma música y los mismos pasitos coreográficos. Yo me colocaba en mi posición de diva y a los demás los acomodaba infantilmente como muñequitos de papel en función de mis necesidades personales. Nada de aquello tomaba en cuenta el protagonismo de cada quien en su propia historia, las relaciones distintas que se desarrollaban, los lazos, los años, lo construido en común, los hijos, las hijas, los sueños, el amor desarrollado en cada subconjuto. Yo no podía en mi ceguera entender aquella complejidad.
¿ Cuánto dolor nos causamos? ¿ Cuánto dolor encima del dolor? Todos, todas...pero no me toca juzgar ni entender a nadie...sino asumir mi cuota personal para crecer...¡qué tonta que fui.! Pero ...¿ podía más? ¿ pude haber hecho más? No lo creo. No entendía nada, no estaba lista ni preparada.
Nunca mi madre y yo nos reconocimos como parte del mismo bando: el bando mayor, el de las enamoradas...bando que quizá compartíamos con Xenia y con Roxana también. Mujeres Enamoradas. Todas. Hermanas. Todas dispuestas a todo por amor, a adornar con los adjetivos de sus deseos lo que no era tal, lo que se nos ofrecía limitado, egoísta, convulso, complicado, alejado, difícil de entender, como cantidad de historias parecidas que comienzan, se desarrollan y acaban todos los días en todas partes del mundo.
Pero ni mi juventud ni su desesperación lo entendieron en aquellos momentos. El brote verde de la comprensión y el perdón nunca lo dejamos crecer. Cierto es que nos hicimos mucho daño.
No olvido un paseo de fin de año a un sitio cerca del Volcán Irazú donde mami y yo tuvimos un enfrentamiento horrible, con golpes y todo. Una cosa fea, fea y desgarradora de la que todavía llevo cicatrices en mi brazo izquierdo. Las dos estábamos sufriendo similar abandono, impotencia y soledad. Daniel nunca celebró conmigo un fin de año. Nunca lo hizo. Y aquel era el primer fin de año de mi madre sin mi padre. Llorábamos ella y yo con igual desesperanza la ausencia de los hombres que más amábamos y como tontas nos herimos muchísimo confundiendo las tristezas. Mi hermanita menor, Ingrid, con apenas diez años, y una amiga gringa que nos acompañaba....fueron testigos de aquello tan vergonzoso que pretendía ser una manera distinta de celebrar el año nuevo. Bajamos de la montaña antes del 31, prematuramente, gritándonos y peleando como descosidas dentro del carro. Dos totalmente desbocadas, las otras dos totalmente impresionadas.
Mientras tanto, nuestra propia organización política se disgregaba y se dividía en cantidad de grupos, sub-grupos y pedacitos. Todos inconformes y señalándose con el dedo. Los antiguos hermanos de lucha peleándose como perros y gatos. De solo recordarlo me entra un cansancio....
9: Los hijos
El día en que Daniel me presentó a sus dos hijos me los llevó a la casa de mi familia...cuando yo todavía vivía allí. Recién llegados de Cuba estábamos. Nunca se me olvida ver subir la cuesta el carro verde y las dos cabecitas sin pelo asomándose curiosas por las ventanas. Uno morenito y otro más blanquito. Uno más parecido a él y otro más parecido a su mamá. Dos.
Ese día los llevamos al Zooave a La Garita de Alajuela. Ellos veían los animales, yo sentía que tocaba al cielo. De repente y por unas horas tuve familia. Una familia nueva.
El tiempo trae recuerdos como películas viejas. Bastante tiempo después, yendo por Puriscal hacia Quepos, donde Daniel tenía que ir a hacer un trabajo y yo lo acompañaba...de repente el carro se detiene, él se baja...se acerca a un talud, recoje un ramo de flores amarillas y me las trae. Yo que me desago. A veces Daniel se dejaba llevar por algunos arrebatos románticos a pesar de que siempre fue parco para esas cosas; quizá lo suficiente para que cada detalle fuera sorpresa y no empalagamiento. Una nunca sabe.
Yo pensaba en esos momentos que nadie me iba a amar así en la vida. Me sentía la más amada. La mejor amada. El album de fotos de la memoria atesora lo que desea atesorar a cada momento. Nada más. Lo que puede ( o quiere) entender.
Nuestro amor era único, el último, el verdadero, el definitivo. " Si te quiero es porque sos, mi amor, mi cómplice y todo, y en la calle, codo a codo......"
Años después, cuando comencé a re-cordar esta historia animada por mi necesidad de re-construcción personal y la solidaridad de mi marido Víctor, me cargué de resentimientos. Lo confieso. Estuve muy enojada con Daniel. Llegué a culparlo de muchas desgracias. Entonces escribí que "era claro" lo que sucedía....era lógico que Daniel me quisiera retener: bonita, enamorada, interesante, entusiasta....siempre lista, como una boy -gril- scout! ¿ Cómo no me iba a aprovechar? y enmarqué toda la situación dentro de el esquema de víctima y aprovechado que confieso que hoy se me ha hecho injusto y patético. Inmaduro y poco justo , además. Pero por todo hay que pasar.
No sabía entonces la verdad o las verdades de Daniel. El destino nos ha vuelto a reunir en incontables ocasiones y hemos tenido oportunidad de volver a visitar aquellos recuerdos de distintas manera. El me ha contado sus verdades que han sido distintas a las que yo imaginaba. Ahora sé que sí me amaba. A su manera, como podía, pero sí me amaba. No hay duda.
Lo que sucedía era que él estaba temeroso y débil. Tampoco tenía todo muy claro en aquel momento. La que sí tengo las cosas claras y siempre las tuve claras soy yo. Cuando veo todo esto a la distancia, desde mi lugar, mi situación personal, mi manera de mirar...recuerdo que lo más doloroso fue haber perdido por largo tiempo lo último que debe perder cualquier persona: la dignidad. Ese fue el más grande dolor...el que me llevó por años de insomnio, de angustia, el que me tuvo por siglos con una piedra en el zapato.
Eso lo pudo entender Víctor y por eso cuando le conté que quería escribir sobre esta historia se apuntó de voluntario para leer todo lo que mis dedos ansiosos producían. Comenzó el proceso, comenzó el abrazo nuestro a hacerse más fuerte...y ambos: Víctor y Daniel , a formar parte de un mismo sueño: el sueño de ser amada y de tener dónde y con quién colocar todo ese amor que me trajo al mundo . Mi verdadera vocación vital. Ellos a hacerse, de alguna manera: compañeros. Hermanos.
Ese día los llevamos al Zooave a La Garita de Alajuela. Ellos veían los animales, yo sentía que tocaba al cielo. De repente y por unas horas tuve familia. Una familia nueva.
El tiempo trae recuerdos como películas viejas. Bastante tiempo después, yendo por Puriscal hacia Quepos, donde Daniel tenía que ir a hacer un trabajo y yo lo acompañaba...de repente el carro se detiene, él se baja...se acerca a un talud, recoje un ramo de flores amarillas y me las trae. Yo que me desago. A veces Daniel se dejaba llevar por algunos arrebatos románticos a pesar de que siempre fue parco para esas cosas; quizá lo suficiente para que cada detalle fuera sorpresa y no empalagamiento. Una nunca sabe.
Yo pensaba en esos momentos que nadie me iba a amar así en la vida. Me sentía la más amada. La mejor amada. El album de fotos de la memoria atesora lo que desea atesorar a cada momento. Nada más. Lo que puede ( o quiere) entender.
Nuestro amor era único, el último, el verdadero, el definitivo. " Si te quiero es porque sos, mi amor, mi cómplice y todo, y en la calle, codo a codo......"
Años después, cuando comencé a re-cordar esta historia animada por mi necesidad de re-construcción personal y la solidaridad de mi marido Víctor, me cargué de resentimientos. Lo confieso. Estuve muy enojada con Daniel. Llegué a culparlo de muchas desgracias. Entonces escribí que "era claro" lo que sucedía....era lógico que Daniel me quisiera retener: bonita, enamorada, interesante, entusiasta....siempre lista, como una boy -gril- scout! ¿ Cómo no me iba a aprovechar? y enmarqué toda la situación dentro de el esquema de víctima y aprovechado que confieso que hoy se me ha hecho injusto y patético. Inmaduro y poco justo , además. Pero por todo hay que pasar.
No sabía entonces la verdad o las verdades de Daniel. El destino nos ha vuelto a reunir en incontables ocasiones y hemos tenido oportunidad de volver a visitar aquellos recuerdos de distintas manera. El me ha contado sus verdades que han sido distintas a las que yo imaginaba. Ahora sé que sí me amaba. A su manera, como podía, pero sí me amaba. No hay duda.
Lo que sucedía era que él estaba temeroso y débil. Tampoco tenía todo muy claro en aquel momento. La que sí tengo las cosas claras y siempre las tuve claras soy yo. Cuando veo todo esto a la distancia, desde mi lugar, mi situación personal, mi manera de mirar...recuerdo que lo más doloroso fue haber perdido por largo tiempo lo último que debe perder cualquier persona: la dignidad. Ese fue el más grande dolor...el que me llevó por años de insomnio, de angustia, el que me tuvo por siglos con una piedra en el zapato.
Eso lo pudo entender Víctor y por eso cuando le conté que quería escribir sobre esta historia se apuntó de voluntario para leer todo lo que mis dedos ansiosos producían. Comenzó el proceso, comenzó el abrazo nuestro a hacerse más fuerte...y ambos: Víctor y Daniel , a formar parte de un mismo sueño: el sueño de ser amada y de tener dónde y con quién colocar todo ese amor que me trajo al mundo . Mi verdadera vocación vital. Ellos a hacerse, de alguna manera: compañeros. Hermanos.
1.3.07
8: Rodándonos
Yo también viví en muchos lugares desde que me fui de la casa. Decidí dejarla poco tiempo después de que mi padre se fue. Apenas un mes.
Primero mi papá, luego yo, y poco después mi hermano Antonio abandonamos a mi mamá. Uno tras otro. Todo ocurrió en menos de tres meses.
Los reclamos y llamadas de atención de mi madre acerca de mi singular comportamiento se me hacían cada vez más incómodos. En casa cada quien andaba por su lado. Yo a veces llegaba, a veces no, y cuando llegaba nadie sabía a qué hora.
Lo cierto es que todo se fue tiñendo de angustia. A Daniel yo le escribía y le escribía enormes tomos de poesías desesperadas. Al principio vivía de algunas fotos que lograba tomar, bodas, quinceaños, primeras comuniones, siempre me salía algo y con eso me resultaba suficiente. Cuando no me alcanzaba, le cachaba a mami algo de la cartera que siempre dejaba colgada en la puerta de su cuarto. Me volví experta en robos domésticos. Mami, con sus problemas a cuestas no se daba cuenta de nada.
Por andar yo en esas trifulcas amatorias con Daniel, llegué muy tarde a conocer a mi primera sobrina Manuela. Me perdí de acompañar a mi hermana en los momentos previos al parto, de estar con ella , mi mamá y Angel. Nadie me pudo avisar porque nadie sabía por donde andaba yo. Me enteré al día siguiente.
Yo dejaba todo tirado, clases en la universidad, reuniones del partido, citas médicas, compromisos de trabajo, eventos de la familia, encuentros con amigas y amigos...mi única y principal ocupación por aquel tiempo era amarlo a él, amarlo y esperarlo. Porque era Daniel quien decidía siempre cómo, dónde y cuándonos podíamos vernos y para su llamado estaba yo siempre disponible.
Cuando él se enroló en un trabajo estable tenía que viajar constantemente a distintas zonas rurales del país. Y allí donde él me pedía que lo acompañara yo me iba. Yo, la incondicional, no importando nada " si iba a encontrarme, con él, con él, con él...".
Aunque en mi interior sabía que las cosas no andaban bien, yo trataba de sentir que la maravilla lo cubría todo. Me tragaba la ilusión con valium todas las mañanas y metía debajo de la alfombra las dudas, las culpas, las lágrimas, incluso los terribles pleitos cargados de resentimiento que protagonizábamos cada vez más seguido.
Mientras tanto, en el matrimonio de Daniel lo que pasaba era que "no estaban dadas las condiciones para la separación definitiva en tanto no se sumaban aún los elementos cuantitativos que llevaran al salto cualitativamente revolucionario del divorcio para la necesaria construcción de la nueva realidad". Trasnochadas elucubraciones teóricas que se nutrían de complicar con inncesarios ornamentos las verdades que de llanas y simples prefería- especialmente yo- tapar, para que no me dolieran.
Daniel solamente dudaba y estaba demasiado presionado por los mandatos de una educación familiar conservadora y rígida. No tenía dentro de sí ni la motivación ni la fuerza para arriesgarse. Dudaba mucho. Yo no.
¿ Cómo colocarme a mi misma frente al espejo de la verdad el cartel de ilusa, así, sencillito y claro y con mayúsculas? ¿ Cómo colocarle a él el de débil cuando era mi héroe?
Si hubiera tenido ese valor se me hubiera desmoronado el cuento de hadas y ¿ cómo permitirlo si creía no poder vivir lejos de aquella escenografía?
Era preferible seguir jugando al juego de inventar canciones.
¿ Habrá sido posible que yo, por miedo a perderlo , nunca le hablara claro a Daniel? A veces dudo si se lo plantee seriamente...No recuerdo haberle dicho que yo lo que quería era ser su esposa, casarme, que tuviéramos juntos una casa, que construyéramos un proyecto común, que pudiéramos tener hijos e hijas . Creo que nunca se lo dije. Tuve miedo. Me lo guardé. Callé mucho entonces. Temí asustarlo con mis necesidades terrenales.
Yo no sé qué se inventaba Daniel por su lado. A la larga no se inventaba nada y lo veía más claro que yo. Aquello era sólo una aventura que estábamos estirando hasta que se reventara. En su pueblo era normal que un hombre tuviera relaciones fuera del matrimonio y que eso no significara nada. Lo cierto es que yo fui su "querida", aunque esa palabra, todavía cuando la oigo me duele hasta los huesos. Me ofende profundamente con su tufillo humillante y peyorativo.
Pero pese a serlo, nunca lo asumí de esa manera. Yo me sentía la legítima, y la otra era Roxana, su mujer. La engañada era ella, no yo. A mi era a quien él amaba realmente. ¿ Pero era ella engañada? Tampoco. Todo lo supo desde el principio. ¿ Qué pensaba? No lo sé. ¿ Lo sabré algún día? ¿ Qué le decía él a ella? Tampoco lo sé. No ha llegado el momento de saberlo todavía.
Primero mi papá, luego yo, y poco después mi hermano Antonio abandonamos a mi mamá. Uno tras otro. Todo ocurrió en menos de tres meses.
Los reclamos y llamadas de atención de mi madre acerca de mi singular comportamiento se me hacían cada vez más incómodos. En casa cada quien andaba por su lado. Yo a veces llegaba, a veces no, y cuando llegaba nadie sabía a qué hora.
Lo cierto es que todo se fue tiñendo de angustia. A Daniel yo le escribía y le escribía enormes tomos de poesías desesperadas. Al principio vivía de algunas fotos que lograba tomar, bodas, quinceaños, primeras comuniones, siempre me salía algo y con eso me resultaba suficiente. Cuando no me alcanzaba, le cachaba a mami algo de la cartera que siempre dejaba colgada en la puerta de su cuarto. Me volví experta en robos domésticos. Mami, con sus problemas a cuestas no se daba cuenta de nada.
Por andar yo en esas trifulcas amatorias con Daniel, llegué muy tarde a conocer a mi primera sobrina Manuela. Me perdí de acompañar a mi hermana en los momentos previos al parto, de estar con ella , mi mamá y Angel. Nadie me pudo avisar porque nadie sabía por donde andaba yo. Me enteré al día siguiente.
Yo dejaba todo tirado, clases en la universidad, reuniones del partido, citas médicas, compromisos de trabajo, eventos de la familia, encuentros con amigas y amigos...mi única y principal ocupación por aquel tiempo era amarlo a él, amarlo y esperarlo. Porque era Daniel quien decidía siempre cómo, dónde y cuándonos podíamos vernos y para su llamado estaba yo siempre disponible.
Cuando él se enroló en un trabajo estable tenía que viajar constantemente a distintas zonas rurales del país. Y allí donde él me pedía que lo acompañara yo me iba. Yo, la incondicional, no importando nada " si iba a encontrarme, con él, con él, con él...".
Aunque en mi interior sabía que las cosas no andaban bien, yo trataba de sentir que la maravilla lo cubría todo. Me tragaba la ilusión con valium todas las mañanas y metía debajo de la alfombra las dudas, las culpas, las lágrimas, incluso los terribles pleitos cargados de resentimiento que protagonizábamos cada vez más seguido.
Mientras tanto, en el matrimonio de Daniel lo que pasaba era que "no estaban dadas las condiciones para la separación definitiva en tanto no se sumaban aún los elementos cuantitativos que llevaran al salto cualitativamente revolucionario del divorcio para la necesaria construcción de la nueva realidad". Trasnochadas elucubraciones teóricas que se nutrían de complicar con inncesarios ornamentos las verdades que de llanas y simples prefería- especialmente yo- tapar, para que no me dolieran.
Daniel solamente dudaba y estaba demasiado presionado por los mandatos de una educación familiar conservadora y rígida. No tenía dentro de sí ni la motivación ni la fuerza para arriesgarse. Dudaba mucho. Yo no.
¿ Cómo colocarme a mi misma frente al espejo de la verdad el cartel de ilusa, así, sencillito y claro y con mayúsculas? ¿ Cómo colocarle a él el de débil cuando era mi héroe?
Si hubiera tenido ese valor se me hubiera desmoronado el cuento de hadas y ¿ cómo permitirlo si creía no poder vivir lejos de aquella escenografía?
Era preferible seguir jugando al juego de inventar canciones.
¿ Habrá sido posible que yo, por miedo a perderlo , nunca le hablara claro a Daniel? A veces dudo si se lo plantee seriamente...No recuerdo haberle dicho que yo lo que quería era ser su esposa, casarme, que tuviéramos juntos una casa, que construyéramos un proyecto común, que pudiéramos tener hijos e hijas . Creo que nunca se lo dije. Tuve miedo. Me lo guardé. Callé mucho entonces. Temí asustarlo con mis necesidades terrenales.
Yo no sé qué se inventaba Daniel por su lado. A la larga no se inventaba nada y lo veía más claro que yo. Aquello era sólo una aventura que estábamos estirando hasta que se reventara. En su pueblo era normal que un hombre tuviera relaciones fuera del matrimonio y que eso no significara nada. Lo cierto es que yo fui su "querida", aunque esa palabra, todavía cuando la oigo me duele hasta los huesos. Me ofende profundamente con su tufillo humillante y peyorativo.
Pero pese a serlo, nunca lo asumí de esa manera. Yo me sentía la legítima, y la otra era Roxana, su mujer. La engañada era ella, no yo. A mi era a quien él amaba realmente. ¿ Pero era ella engañada? Tampoco. Todo lo supo desde el principio. ¿ Qué pensaba? No lo sé. ¿ Lo sabré algún día? ¿ Qué le decía él a ella? Tampoco lo sé. No ha llegado el momento de saberlo todavía.
10.2.07
7: Ruta Periférica y Bendiciones.
Mi papá y mi mamá terminaron separándose. Recuerdo el ambiente tensísimo que se respiraba en casa en medio de aquellas trifulcas. Papi le anunció a Mami que ya no la quería allá en Fraijanes, donde hoy está un negocio familiar. Ese pedacito de tierra significaba mucho para ella, y ahí recibió la noticia, ella que era la luna que brillaba como sátelite ansioso siempre pendiente del planeta-sol que era mi papá. No era que Mami no fuera una mujer fuerte, valiente, decidida, pero sí demasiado , demasiado enamorada ... y a estas alturas debilitada, vulnerable, frágil. Ya había sido herida por la muerte de mi hermanita de diez meses: Lilliana, por el cáncer de mama, que aunque curado, le dejó la cicatriz de una mastectomía y para coronar la enfermedad de mi abuelo, su padre, con demencia senil a muy temprana edad.
Cuando Papi le dio la noticia dicen que mi mamá comenzó a caminar carretera abajo llorando desconsolada y que él desde el carro, a la par, le pedía que se subiera para volver a Alajuela... sin que pasara nada....ni sé cómo llegaron los dos.
Fue muy duro para ella aceptar lo que ya su corazón había entendido bastante tiempo atrás. Ella ya intuía esa separación pero nunca quiso aceptarla.
Aquella noche, en casa, Papi se pasó de cuarto y Mami amaneció a los pies de su cama, desecha en lágrimas, convertida en un despojo.
Fue un trance difícil para toda la familia. Lo mejor era huir y la primera desertora fui yo.
Un mes y medio apenas después de que Papi se fuera de la casa, me fui yo. Mantener la relación con Daniel en medio de la situación familiar se había hecho insoportable y era mi prioridad, lo demás me tenía sin cuidado.
Daniel no se había reintegrado a su vida laboral como agrónomo y todavía trabajaba a tiempo completo como profesional del partido, iba a venía siempre de aquí para allá. Al tiempo se enrolaría en la planilla de un ministerio y las cosas cambiarían.
Yo me fui a vivir al apartamento de una amiga. Allí de manera intermitente nos seguimos cada vez que podíamos. Con semejantes aterrizajes y una vida más para resolver urgencias....el romanticismo amainó, hubo lágrimas, muchísimas, de él , mías, de los dos e imagino que de más personas.
Pero antes de eso ya se había iniciado la ruta periférica. Me devuelvo.
Buses para allá, buses para acá...el punto primero de mi agenda siempre era encontrarme con él, por nuestra relación dejaba todas las responsabilidades, todas las demás actividades dejaron de ser importantes para mi. Faltaba a la U, dejaba trabajos botados. Lo bueno es que conocí infinidad de rutas de autobuses de San José.
Verlo, tocarlo, sentirlo, olerlo, amarlo...era todo lo que me preocupaba. Hija de tal madre, salí pintada. Me fui graduando de satélite también. El por su parte vivía en todas partes y en ninguna. A ratos permanecía en su pueblo en San Carlos, a ratos venía a San José. Aquí se repartía entre una casa que tenía su mamá y casas de compañeros, compañeras, amigos, amigas, donde alquilaba cuartos baratos que a mi me parecía le daban algún tipo de estabilidad pero no eran más que estaciones de paso. Luego entendí que aquellos sitios sólo tenían por objetivo abrigar nuestros encuentros amorosos lejos de la mirada inquisidora de su familia.
Las primeras veces nos vimos en Barrio México. Hicimos el amor a las dos de la tarde, en un cuartito minúsculo de dos por dos colmado de ropa ajena, alguna en canastas, otra tendida...el cuarto de servicio de la casa de una amiga de su pueblo. Tras la pared delgadita ,la empleada doméstica planchaba pantalones, camisas y ropita de bebé. Puedo ver como hoy la imagen de aquella señora, bastante mayor, de trenzas grises, vestida con el hábito color café de la Virgen del Carmen. No recuerdo que nos hablara. Muy callada. El olor a plancha. Qué ganas de saber qué le pasaba por la cabeza con el ruido que de nuestros jadeos, sudores y contorsiones. Qué calor que hacía allí adentro...¡cuánto lo deseaba! ! Cuánto él me deseaba!
Entre mudanzas Daniel y yo nos vimos también en moteles. Con él los conocí todos. Hasta a aquel hotel sórdido que queda por el Cine Magaly fui a dar una vez. Entonces tenía por decoración esos posters fosforescentes de Bruce Lee y voluptuosas negras de afro de los setentas. Mi piel recuerda de sobra el escalofrío del contacto del forro plástico del colchón bajo las sabanillas delgadas , resbalosas y con chanchillos que siempre terminaban corriéndose, esas caracterísitas almohadas duras de lugar barato...el medicado olor del "des-o-tres" del baño, el puño de pelos olvidados del desagüe, la ventanilla clandestina para pagar, la cortina verde de pesado vinil del garage...las colas de las "horas pico"... bastantes veces amanecí en esas habitaciones anónimas. En una de esas visitas dejé perdida la cadenita de plata con el mapa de Palestina completo que Khaled me había regalado en Cuba.
Otras noches las pasamos en Cuatro Reinas de Tibás. Nunca se me ocurrió preguntarle a Daniel por qué cambiaba tanto de dirección. Rubén y Catalina nos dieron allí cobijo. Catalina había sido mi compañera de cuarto durante la beca en la isla. Su casa era limpia, clara, y bonita. Nuestra colchoneta flaca por todas partes. Dormíamos en el suelo, en medio de cualquier pasillo, con cualquier sábana encima. Nada nos preocupaba cuando estábamos juntos, pero con Daniel yo nunca podía planear nada.... él iba y venía cuando quería, cuando podía, cuando así lo decidía, y mi participación en la toma de decisiones era nula, totalmente improcedente.
A Desamparados también fuimos a dar ( ¡ qué profético!) Ahora no recuerdo a cuál de los Sanrrafaeles, si el de arriba o el de abajo. La cosa es que la misma colchonetilla roja en el suelo, un té o una sopita de pollo con fideos Maggi eran suficientes para entregarnos a nuestra pasión con una desesperación como de película cada vez que él decidía que nos podíamos ver. Una colcha vieja robada de algún olvidado closet familiar nos tapaba del frío que entraba por la ventana. Lo que no tapaba era la vista completa y nunca supe si alguien se asomó a fisgonear. Nada raro que hubiese ocurrido. A nosotros dos eso nunca nos importó.
De tanta tarde y noche compartida lo que rememoro ahora con mayor ternura y agradecimiento es el abrazo. La mirada. El agua fresca de tanto baño juntos. Las manos que se saben reconocer y esperar. El reconocimiento de tu deseo en el cuerpo más amado. Cuando decís hace frío por decir te amo y te entienden y te responden abrazándote.
En esta casita del humilde callejón de Desampa no había tele. Era casi un rancho pintado de color verde piscina con los marcos de las ventanas y las puertas de color vino, con esa pintura barata de aceite con que pintan las escuelas públicas. Era el hogar del compañero Humberto, un militante oriundo de Grecia, de extracción campesina, ex-combatiente sandinista también y de su humilde esposa nicaragüense, Marta. De él luego supe que se le desordenó tanto la vida que terminó asaltando, junto a unos delincuentes comunes, un banco en Panamá, para quedar allí preso poco tiempo después. De ella, no sé.
¿ En qué sitio de aquella historia quedó su joven compañera: aquella muchachita de Managua, morena, de ojos esperanzados, que se vino con el corazón lleno de ilusiones a Costa Rica, un domingo cualquiera? ¿ Dónde estará ahora? ¿ Tuvieron hijos? ¿ seguirán juntos? Nunca lo supe. Ellos fueron solidarios con nosotros. Nosotros con ellos, no.
Me acuerdo ahora de otra casa también en Desamparados ( siguen las premoniciones). En esa parte de San José que ahora se me hace tan lejana y desconocida y por la que paso de vez en cuando porque es la ruta que me lleva al doctor. Era la casa donde Fernando, otro compañero del partido y su mujer Marcela vivían junto a su pequeña de dos años. Tenía antejardín y patio, una cocina linda con pila roja y ventana de rejilla adornada con macetitas de begonias y violetas, además de una biblioteca completísima. En aquel lugar humilde, cuando de cerca cantaban los gallos, las chicharras, y se oían las risas y los juegos de los chiquillos y perros del barrio...vivimos Daniel y yo ratos inolvidables que atesoraré por siempre.
Para llegar allá tenía que tomar no sé ni cuántos buses, tempranito, por la tarde, por la noche, a todas horas, muchas veces. A veces me encontraba con Daniel en el centro de San José, en la parada, para venirnos juntos, a veces él me esperaba allá. Tengo imágenes grabadas: tocar la puerta, que él abriera sin camisa, su pecho hermoso velludo y fuerte, la risa, los antejos, y mis manos pajareándole de inmediato entre el buzo gris, mientras nos reíamos y nos besábamos. Por supuesto que muchas veces nos peleábamos, especialmente cuando yo le reclamaba atención , pero la memoria es tan curiosa, que a veces sólo se quiere acordar de lo bonito.
Debo aclarar a estas alturas que Marcela, quien era de Alajuela, me caía requetemal, y yo de hipócrita lo disimulé con tal de seguir llegando a su casa. La sentía entrometida. Yo, que sin la más mínima pena me paseaba por su hogar como si fuera mío , me sentaba en su mesa de mantel de frutas de colores y comía de su plato.
El caso es que ella me caía mal porque todo se lo contaba a mi mamá y a la esposa de Daniel, que para aquellos años eran algo así como mis enemigas. Mi madre por se del bando de las esposas y la esposa por eso: por ser la esposa. Porque Daniel, desde que lo conocí, siempre tuvo esposa. Siempre lo supe. El mismo me lo contó el primer día en que nos abrimos el corazón. Antes incluso de que nos enamoráramos. De nuevo vuelve la imagen como si se tratara de una película. Ambos en el corredor de la casa de Jaimanitas, mi hogar de La Habana...él hablándome de su vida, un jeans, una camisa beige... contándome de ella, pero yo olímpicamente borrándola de mi vida. No era personaje de mi cuento. Me sobraba.
"Sí, estoy casado, nos casamos, pero no nos comprendemos, tengo mucho de no verla...no nos amamos como pareja...tenemos mucho tiempo de separación, no sé qué siento por ella ni ella por mí...nos escribimos ¿ sabés? somos muy amigos."
Me contó que cuando él se iba a pelear al Frente Sur, ella quedó embarazada y entonces pensaron que lo correcto era casarse antes de la partida. Era importante por el hijo que venía.
"La relación nunca ha funcionado. No hemos sido felices juntos...hasta creo que se ve con un tipo...ahora sólo nos unen los chiquillos"
¿ Cuántas personas, especialmente mujeres hemos escuchados historias similares? ¿ Cuántas las viven o han vivido? Para al final, de igual manera, responder emocionadas con instinto maternal a acunar al prójimo por aquellas desdichas conyugales. En mi caso ¿ por qué tenía que ser diferente? ¿ Era acaso yo tan especial?
Entregarme al amor con un hombre en aquella circunstancia me hizo sentir útil e importante, romántico además y acorde con aquellos tiempos insurrectos. Sus confesiones fueron savia que alimentó mi espíritu eminentemente trasngresor, aventurero y rebelde.
En la casa de Fernando y Marcela, en el altillo , leímos chingos y sudados el hallazgo de "La Estación de Fiebre" de Ana Istarú sobre una alfonbra peruana de retazos de pelo de alpaca que estaba la verdad bien vieja, sucia y descosida, pero que a mi especialmente me parecía divina y super sensual...de vez en cuando y si llovía, espaguettis con atún ,vino barato de caja y café o té como postre antes de volver a subir para amarnos y amarnos sin tregua hasta el día siguiente.
A todo esto ni mi papá ni mi mamá se enteraban mucho por dónde andaba yo. En todo caso, yo era ya toda una mujer, tenía veinte años! y él tampoco era un chiquillo, tenía veintisiete! Adultos hechos y derechos. (!¡?)
Luego las citas fueron en la casa de Lilly por la Sabana, otra cosa y más estatus en un barrio residencial de mejor ver. Como en casi todas partes, nuestro refugio era el cuarto de servicio, sólo que esta vez era más amplio y tenía baño privado...( aunque nunca lo pudimos usar porque funcionaba como bodega para chunches viejos). Utensilios "rena-ware" para preparar exquisiteces gastronómicas, camarones, lomito, hongos y chiles dulces con crema...así nos aplicábamos energía para seguir cogiendo de noche, de día, y muchas veces por la tarde. No había plata para otra cosa.
Comer y coger. Comer y coger.
Confieso que a menudo pelear también. Yo no estaba contenta con la situación y él no me ofrecía su voluntad de cambiarla, pero nada que no aliviara un nuevo beso.
Así a mi la vida se me iba a mi reduciendo, siempre a la espera de su llamada, de saber cuál bus abordar hacia la hora del abrazo que nos dejara amanecer juntos. Hasta el anhelo revolucionario se me destiñó.
Un domingo que estábamos donde Lilly, salimos a comprar hielo caminando hasta una licorera cercana cuando vimos pasar al Papa, el mismísimo Juan Pablo II que andaba por aquellos días de visita en Costa Rica. De casualidad la Nunciatura estaba cerca y nos entrometimos en el camino de la urna de cristal motorizada. El viejito bonachón al vernos nos dio su bendición mirándonos directamente a los ojos. Fue fácil sentirlo porque no había nadie más en la calle. Fue un encuentro rarísimo, cosa que en mi obnubilación romántica, y sin ser ni católica ni religiosa, me sonó como a buen augurio, a bendición, a buenos deseos y me llenó los ojos de lágrimas. Daniel se rió mucho. Todo nos servía de alimento.
Cuando Papi le dio la noticia dicen que mi mamá comenzó a caminar carretera abajo llorando desconsolada y que él desde el carro, a la par, le pedía que se subiera para volver a Alajuela... sin que pasara nada....ni sé cómo llegaron los dos.
Fue muy duro para ella aceptar lo que ya su corazón había entendido bastante tiempo atrás. Ella ya intuía esa separación pero nunca quiso aceptarla.
Aquella noche, en casa, Papi se pasó de cuarto y Mami amaneció a los pies de su cama, desecha en lágrimas, convertida en un despojo.
Fue un trance difícil para toda la familia. Lo mejor era huir y la primera desertora fui yo.
Un mes y medio apenas después de que Papi se fuera de la casa, me fui yo. Mantener la relación con Daniel en medio de la situación familiar se había hecho insoportable y era mi prioridad, lo demás me tenía sin cuidado.
Daniel no se había reintegrado a su vida laboral como agrónomo y todavía trabajaba a tiempo completo como profesional del partido, iba a venía siempre de aquí para allá. Al tiempo se enrolaría en la planilla de un ministerio y las cosas cambiarían.
Yo me fui a vivir al apartamento de una amiga. Allí de manera intermitente nos seguimos cada vez que podíamos. Con semejantes aterrizajes y una vida más para resolver urgencias....el romanticismo amainó, hubo lágrimas, muchísimas, de él , mías, de los dos e imagino que de más personas.
Pero antes de eso ya se había iniciado la ruta periférica. Me devuelvo.
Buses para allá, buses para acá...el punto primero de mi agenda siempre era encontrarme con él, por nuestra relación dejaba todas las responsabilidades, todas las demás actividades dejaron de ser importantes para mi. Faltaba a la U, dejaba trabajos botados. Lo bueno es que conocí infinidad de rutas de autobuses de San José.
Verlo, tocarlo, sentirlo, olerlo, amarlo...era todo lo que me preocupaba. Hija de tal madre, salí pintada. Me fui graduando de satélite también. El por su parte vivía en todas partes y en ninguna. A ratos permanecía en su pueblo en San Carlos, a ratos venía a San José. Aquí se repartía entre una casa que tenía su mamá y casas de compañeros, compañeras, amigos, amigas, donde alquilaba cuartos baratos que a mi me parecía le daban algún tipo de estabilidad pero no eran más que estaciones de paso. Luego entendí que aquellos sitios sólo tenían por objetivo abrigar nuestros encuentros amorosos lejos de la mirada inquisidora de su familia.
Las primeras veces nos vimos en Barrio México. Hicimos el amor a las dos de la tarde, en un cuartito minúsculo de dos por dos colmado de ropa ajena, alguna en canastas, otra tendida...el cuarto de servicio de la casa de una amiga de su pueblo. Tras la pared delgadita ,la empleada doméstica planchaba pantalones, camisas y ropita de bebé. Puedo ver como hoy la imagen de aquella señora, bastante mayor, de trenzas grises, vestida con el hábito color café de la Virgen del Carmen. No recuerdo que nos hablara. Muy callada. El olor a plancha. Qué ganas de saber qué le pasaba por la cabeza con el ruido que de nuestros jadeos, sudores y contorsiones. Qué calor que hacía allí adentro...¡cuánto lo deseaba! ! Cuánto él me deseaba!
Entre mudanzas Daniel y yo nos vimos también en moteles. Con él los conocí todos. Hasta a aquel hotel sórdido que queda por el Cine Magaly fui a dar una vez. Entonces tenía por decoración esos posters fosforescentes de Bruce Lee y voluptuosas negras de afro de los setentas. Mi piel recuerda de sobra el escalofrío del contacto del forro plástico del colchón bajo las sabanillas delgadas , resbalosas y con chanchillos que siempre terminaban corriéndose, esas caracterísitas almohadas duras de lugar barato...el medicado olor del "des-o-tres" del baño, el puño de pelos olvidados del desagüe, la ventanilla clandestina para pagar, la cortina verde de pesado vinil del garage...las colas de las "horas pico"... bastantes veces amanecí en esas habitaciones anónimas. En una de esas visitas dejé perdida la cadenita de plata con el mapa de Palestina completo que Khaled me había regalado en Cuba.
Otras noches las pasamos en Cuatro Reinas de Tibás. Nunca se me ocurrió preguntarle a Daniel por qué cambiaba tanto de dirección. Rubén y Catalina nos dieron allí cobijo. Catalina había sido mi compañera de cuarto durante la beca en la isla. Su casa era limpia, clara, y bonita. Nuestra colchoneta flaca por todas partes. Dormíamos en el suelo, en medio de cualquier pasillo, con cualquier sábana encima. Nada nos preocupaba cuando estábamos juntos, pero con Daniel yo nunca podía planear nada.... él iba y venía cuando quería, cuando podía, cuando así lo decidía, y mi participación en la toma de decisiones era nula, totalmente improcedente.
A Desamparados también fuimos a dar ( ¡ qué profético!) Ahora no recuerdo a cuál de los Sanrrafaeles, si el de arriba o el de abajo. La cosa es que la misma colchonetilla roja en el suelo, un té o una sopita de pollo con fideos Maggi eran suficientes para entregarnos a nuestra pasión con una desesperación como de película cada vez que él decidía que nos podíamos ver. Una colcha vieja robada de algún olvidado closet familiar nos tapaba del frío que entraba por la ventana. Lo que no tapaba era la vista completa y nunca supe si alguien se asomó a fisgonear. Nada raro que hubiese ocurrido. A nosotros dos eso nunca nos importó.
De tanta tarde y noche compartida lo que rememoro ahora con mayor ternura y agradecimiento es el abrazo. La mirada. El agua fresca de tanto baño juntos. Las manos que se saben reconocer y esperar. El reconocimiento de tu deseo en el cuerpo más amado. Cuando decís hace frío por decir te amo y te entienden y te responden abrazándote.
En esta casita del humilde callejón de Desampa no había tele. Era casi un rancho pintado de color verde piscina con los marcos de las ventanas y las puertas de color vino, con esa pintura barata de aceite con que pintan las escuelas públicas. Era el hogar del compañero Humberto, un militante oriundo de Grecia, de extracción campesina, ex-combatiente sandinista también y de su humilde esposa nicaragüense, Marta. De él luego supe que se le desordenó tanto la vida que terminó asaltando, junto a unos delincuentes comunes, un banco en Panamá, para quedar allí preso poco tiempo después. De ella, no sé.
¿ En qué sitio de aquella historia quedó su joven compañera: aquella muchachita de Managua, morena, de ojos esperanzados, que se vino con el corazón lleno de ilusiones a Costa Rica, un domingo cualquiera? ¿ Dónde estará ahora? ¿ Tuvieron hijos? ¿ seguirán juntos? Nunca lo supe. Ellos fueron solidarios con nosotros. Nosotros con ellos, no.
Me acuerdo ahora de otra casa también en Desamparados ( siguen las premoniciones). En esa parte de San José que ahora se me hace tan lejana y desconocida y por la que paso de vez en cuando porque es la ruta que me lleva al doctor. Era la casa donde Fernando, otro compañero del partido y su mujer Marcela vivían junto a su pequeña de dos años. Tenía antejardín y patio, una cocina linda con pila roja y ventana de rejilla adornada con macetitas de begonias y violetas, además de una biblioteca completísima. En aquel lugar humilde, cuando de cerca cantaban los gallos, las chicharras, y se oían las risas y los juegos de los chiquillos y perros del barrio...vivimos Daniel y yo ratos inolvidables que atesoraré por siempre.
Para llegar allá tenía que tomar no sé ni cuántos buses, tempranito, por la tarde, por la noche, a todas horas, muchas veces. A veces me encontraba con Daniel en el centro de San José, en la parada, para venirnos juntos, a veces él me esperaba allá. Tengo imágenes grabadas: tocar la puerta, que él abriera sin camisa, su pecho hermoso velludo y fuerte, la risa, los antejos, y mis manos pajareándole de inmediato entre el buzo gris, mientras nos reíamos y nos besábamos. Por supuesto que muchas veces nos peleábamos, especialmente cuando yo le reclamaba atención , pero la memoria es tan curiosa, que a veces sólo se quiere acordar de lo bonito.
Debo aclarar a estas alturas que Marcela, quien era de Alajuela, me caía requetemal, y yo de hipócrita lo disimulé con tal de seguir llegando a su casa. La sentía entrometida. Yo, que sin la más mínima pena me paseaba por su hogar como si fuera mío , me sentaba en su mesa de mantel de frutas de colores y comía de su plato.
El caso es que ella me caía mal porque todo se lo contaba a mi mamá y a la esposa de Daniel, que para aquellos años eran algo así como mis enemigas. Mi madre por se del bando de las esposas y la esposa por eso: por ser la esposa. Porque Daniel, desde que lo conocí, siempre tuvo esposa. Siempre lo supe. El mismo me lo contó el primer día en que nos abrimos el corazón. Antes incluso de que nos enamoráramos. De nuevo vuelve la imagen como si se tratara de una película. Ambos en el corredor de la casa de Jaimanitas, mi hogar de La Habana...él hablándome de su vida, un jeans, una camisa beige... contándome de ella, pero yo olímpicamente borrándola de mi vida. No era personaje de mi cuento. Me sobraba.
"Sí, estoy casado, nos casamos, pero no nos comprendemos, tengo mucho de no verla...no nos amamos como pareja...tenemos mucho tiempo de separación, no sé qué siento por ella ni ella por mí...nos escribimos ¿ sabés? somos muy amigos."
Me contó que cuando él se iba a pelear al Frente Sur, ella quedó embarazada y entonces pensaron que lo correcto era casarse antes de la partida. Era importante por el hijo que venía.
"La relación nunca ha funcionado. No hemos sido felices juntos...hasta creo que se ve con un tipo...ahora sólo nos unen los chiquillos"
¿ Cuántas personas, especialmente mujeres hemos escuchados historias similares? ¿ Cuántas las viven o han vivido? Para al final, de igual manera, responder emocionadas con instinto maternal a acunar al prójimo por aquellas desdichas conyugales. En mi caso ¿ por qué tenía que ser diferente? ¿ Era acaso yo tan especial?
"Lo prefiero compartido..
.antes de vaciar mi vida,
no es perfecto,
más se acerca,
a lo que yo..simplemente soñeeeeeeeeé!!"
.antes de vaciar mi vida,
no es perfecto,
más se acerca,
a lo que yo..simplemente soñeeeeeeeeé!!"
Entregarme al amor con un hombre en aquella circunstancia me hizo sentir útil e importante, romántico además y acorde con aquellos tiempos insurrectos. Sus confesiones fueron savia que alimentó mi espíritu eminentemente trasngresor, aventurero y rebelde.
En la casa de Fernando y Marcela, en el altillo , leímos chingos y sudados el hallazgo de "La Estación de Fiebre" de Ana Istarú sobre una alfonbra peruana de retazos de pelo de alpaca que estaba la verdad bien vieja, sucia y descosida, pero que a mi especialmente me parecía divina y super sensual...de vez en cuando y si llovía, espaguettis con atún ,vino barato de caja y café o té como postre antes de volver a subir para amarnos y amarnos sin tregua hasta el día siguiente.
"Pene de pana,
pene flor del destinado mío"
pene flor del destinado mío"
A todo esto ni mi papá ni mi mamá se enteraban mucho por dónde andaba yo. En todo caso, yo era ya toda una mujer, tenía veinte años! y él tampoco era un chiquillo, tenía veintisiete! Adultos hechos y derechos. (!¡?)
Luego las citas fueron en la casa de Lilly por la Sabana, otra cosa y más estatus en un barrio residencial de mejor ver. Como en casi todas partes, nuestro refugio era el cuarto de servicio, sólo que esta vez era más amplio y tenía baño privado...( aunque nunca lo pudimos usar porque funcionaba como bodega para chunches viejos). Utensilios "rena-ware" para preparar exquisiteces gastronómicas, camarones, lomito, hongos y chiles dulces con crema...así nos aplicábamos energía para seguir cogiendo de noche, de día, y muchas veces por la tarde. No había plata para otra cosa.
Comer y coger. Comer y coger.
Confieso que a menudo pelear también. Yo no estaba contenta con la situación y él no me ofrecía su voluntad de cambiarla, pero nada que no aliviara un nuevo beso.
Así a mi la vida se me iba a mi reduciendo, siempre a la espera de su llamada, de saber cuál bus abordar hacia la hora del abrazo que nos dejara amanecer juntos. Hasta el anhelo revolucionario se me destiñó.
Un domingo que estábamos donde Lilly, salimos a comprar hielo caminando hasta una licorera cercana cuando vimos pasar al Papa, el mismísimo Juan Pablo II que andaba por aquellos días de visita en Costa Rica. De casualidad la Nunciatura estaba cerca y nos entrometimos en el camino de la urna de cristal motorizada. El viejito bonachón al vernos nos dio su bendición mirándonos directamente a los ojos. Fue fácil sentirlo porque no había nadie más en la calle. Fue un encuentro rarísimo, cosa que en mi obnubilación romántica, y sin ser ni católica ni religiosa, me sonó como a buen augurio, a bendición, a buenos deseos y me llenó los ojos de lágrimas. Daniel se rió mucho. Todo nos servía de alimento.
24.1.07
6: Reagan, la seguridad y amores en casa.
El presidente de los Estados Unidos vino de visita oficial a nuestro país. Mi papá , por ser diputado, estaba invitado al evento de bienvenida que se realizaría en el Teatro Nacional.
La televisión captaba en vivo el detalle de la actividad, y escuchamos cómo comentaban que qué curioso, que uno de los diputados de izquierda había asistido. Eran cuatro dela Coalición Pueblo Unido, pero sólo papi acudió.
Esa misma mañana Daniel y yo estábamos en mi casa, y siendo sábado era común que alguien fuera a hacer las compras de frutas y verduras a la feria del agricultor. Nos mandaron a nosotros dos. Raro. Creo que fue la única vez que fuimos. Por esa razón no pudimos ver en directo lo que ocurrió. Lo supimos al llegar.
Comienzan los actos. El Presidente Monge le da la palabra a Reagan. Reagan va a comenzar a hablar desde el podio con su micrófono, de pronto, una voz le interrumpe: "Sr. Presidente...."
Era mi papá, que a capella se tiró un discurso diciéndole al gringo que él quería decirle algunas cosas a nombre de mucha de la gente que no había sido invitada al acto. Se trataba de un texto que reclamaba respeto por nuestro territorio , que no fuera utilizado para invadir a Nicaragua, trato justo en el comercio que desde entonces era desigual, etc. Papi llevaba la carta en un papel e intentó leerla, pero fue interrumpido por los silbidos y gritos del auditorio y especialmente por la bulla de los pies de los invitados en las galerías de arriba del teatro. La policía irrumpió para detenerlo, pero con gran nobleza, algunos de sus mismos compañeros diputados lo evitaron apelando a la inmudidad parlamentaria.
Aquello tuvo una repercusión tremenda, en la prensa de muchos países se comentó e ilustró con fotografías. El hecho fue grabado en video y le dio la vuelta al mundo. Muchos ticos y ticas lo recuerdan.
A nosotros en casa nos llenó de orgullo el acto sorpresivo de papi. A mis hermanos, mis hermanas, a mi madre...y ni qué se diga lo que sintieron los compañeros y compañeras del partido.
Mami orgullosísima. Ese gesto irreverente, valiente y de dignidad nos acompañaría, desde ese día a todos en casa.
Pero volviendo al tema del cuento, Daniel y yo ni vimos nada. Sólo nos encontramos con la euforia al llegar de vuelta a la casa y eso por supuesto nos unía más. Ambos admirábamos muchísimo a mi papá como dirigente. Tuvimos, eso sí, muchas otras oportunidades para ver la grabación que fue repetida en incontables ocasiones. Todo el mundo hacía comentarios. Fue el máximo evento de la visita de Reagan a Costa Rica. Oh...mi tata...qué gozada!
Claro, pero obviamente y como resultado, las amenazas arreciaron. Nos llamaban por teléfono todo el tiempo para insultarnos y pedirnos que nos fuéramos a vivir a Rusia o a Cuba. Le decía a mi mamá cosas horribles, a mi papá ni para qué. Nos amenazaron de muerte, decían que nos iban a descuartizar vivos.
Es por eso que Daniel, como parte del equipo de seguridad de mi papá, estuvo más a menudo en mi casa. Los temas familiares, personales o íntimos siempre quedaban por debajo ante las necesidades de la organización. A veces pienso que quizá cuando se decidían estas cosas nadie se acordaba que Daniel y yo estábamos juntos. Mi casa era un sitio siempre lleno de gente. Todo el tiempo entraban y salían compañeros. Entre ellos, Daniel. El era uno más.
Se organizó todo un plan de defensa donde cada uno y cada una teníamos asignadas tareas y responsabilidades. Desfilaron sistemas de alarmas de todo tipo, perros adiestrados, novedades tecnológicas...y Daniel fue parte de aquello. Nos cuidaba, y me cuidaba a mi también. Yo iba y venía de la Universidad con un revolver en mi bolso. Un arma que nunca fue necesario sacar ni mucho menos enseñé a nadie, pero que durante aquel tiempo me dio seguridad. Así vivíamos. Nuestro grupo creía que en cualquier momento había que irse a la clandestinidad, e intentábamos como podíamos preparnos para ese momento, que por cierto, nunca llegó.
Entonces Daniel dormía muchas veces en mi casa, en un camarote en el cuarto de mi hermano. A esa camita pequeña trepada cerca del cielo raso de pino, yo me le pasé calladita cantidad de veces. Hacíamos entonces el amor urgentemente, entre las cobijas. Nos amamos tanto, nos deseábamos tanto. Eramos tan jóvenes!
En mi familia siempre fue costumbre dormir con las puertas de los cuartos abiertas. ( decían mi papá y mi mamá que por un temblor , un incendio...¿?¿! Estando en los menesteres amatorios recuerdo la vez que mi mamá se levantó en medio de la noche para ir a buscar algo a la cocina, y cómo yo enroscada en los brazos de Daniel, y paralizada en un dos tres queso, la vi pasar con su bata amarilla. Ni papi ni mami, ni siquiera mis hermanos y hermanas se dieron cuenta de los trasiegos nocturnos de cuerpos, que fueron bastantes. Todavía cuando hoy les cuento de aquello les cuesta creerlo.
Para esos días de aventura, mis papás no se habían separado. Eso ocurrió después.
La televisión captaba en vivo el detalle de la actividad, y escuchamos cómo comentaban que qué curioso, que uno de los diputados de izquierda había asistido. Eran cuatro dela Coalición Pueblo Unido, pero sólo papi acudió.
Esa misma mañana Daniel y yo estábamos en mi casa, y siendo sábado era común que alguien fuera a hacer las compras de frutas y verduras a la feria del agricultor. Nos mandaron a nosotros dos. Raro. Creo que fue la única vez que fuimos. Por esa razón no pudimos ver en directo lo que ocurrió. Lo supimos al llegar.
Comienzan los actos. El Presidente Monge le da la palabra a Reagan. Reagan va a comenzar a hablar desde el podio con su micrófono, de pronto, una voz le interrumpe: "Sr. Presidente...."
Era mi papá, que a capella se tiró un discurso diciéndole al gringo que él quería decirle algunas cosas a nombre de mucha de la gente que no había sido invitada al acto. Se trataba de un texto que reclamaba respeto por nuestro territorio , que no fuera utilizado para invadir a Nicaragua, trato justo en el comercio que desde entonces era desigual, etc. Papi llevaba la carta en un papel e intentó leerla, pero fue interrumpido por los silbidos y gritos del auditorio y especialmente por la bulla de los pies de los invitados en las galerías de arriba del teatro. La policía irrumpió para detenerlo, pero con gran nobleza, algunos de sus mismos compañeros diputados lo evitaron apelando a la inmudidad parlamentaria.
Aquello tuvo una repercusión tremenda, en la prensa de muchos países se comentó e ilustró con fotografías. El hecho fue grabado en video y le dio la vuelta al mundo. Muchos ticos y ticas lo recuerdan.
A nosotros en casa nos llenó de orgullo el acto sorpresivo de papi. A mis hermanos, mis hermanas, a mi madre...y ni qué se diga lo que sintieron los compañeros y compañeras del partido.
Mami orgullosísima. Ese gesto irreverente, valiente y de dignidad nos acompañaría, desde ese día a todos en casa.
Pero volviendo al tema del cuento, Daniel y yo ni vimos nada. Sólo nos encontramos con la euforia al llegar de vuelta a la casa y eso por supuesto nos unía más. Ambos admirábamos muchísimo a mi papá como dirigente. Tuvimos, eso sí, muchas otras oportunidades para ver la grabación que fue repetida en incontables ocasiones. Todo el mundo hacía comentarios. Fue el máximo evento de la visita de Reagan a Costa Rica. Oh...mi tata...qué gozada!
Claro, pero obviamente y como resultado, las amenazas arreciaron. Nos llamaban por teléfono todo el tiempo para insultarnos y pedirnos que nos fuéramos a vivir a Rusia o a Cuba. Le decía a mi mamá cosas horribles, a mi papá ni para qué. Nos amenazaron de muerte, decían que nos iban a descuartizar vivos.
Es por eso que Daniel, como parte del equipo de seguridad de mi papá, estuvo más a menudo en mi casa. Los temas familiares, personales o íntimos siempre quedaban por debajo ante las necesidades de la organización. A veces pienso que quizá cuando se decidían estas cosas nadie se acordaba que Daniel y yo estábamos juntos. Mi casa era un sitio siempre lleno de gente. Todo el tiempo entraban y salían compañeros. Entre ellos, Daniel. El era uno más.
Se organizó todo un plan de defensa donde cada uno y cada una teníamos asignadas tareas y responsabilidades. Desfilaron sistemas de alarmas de todo tipo, perros adiestrados, novedades tecnológicas...y Daniel fue parte de aquello. Nos cuidaba, y me cuidaba a mi también. Yo iba y venía de la Universidad con un revolver en mi bolso. Un arma que nunca fue necesario sacar ni mucho menos enseñé a nadie, pero que durante aquel tiempo me dio seguridad. Así vivíamos. Nuestro grupo creía que en cualquier momento había que irse a la clandestinidad, e intentábamos como podíamos preparnos para ese momento, que por cierto, nunca llegó.
Entonces Daniel dormía muchas veces en mi casa, en un camarote en el cuarto de mi hermano. A esa camita pequeña trepada cerca del cielo raso de pino, yo me le pasé calladita cantidad de veces. Hacíamos entonces el amor urgentemente, entre las cobijas. Nos amamos tanto, nos deseábamos tanto. Eramos tan jóvenes!
En mi familia siempre fue costumbre dormir con las puertas de los cuartos abiertas. ( decían mi papá y mi mamá que por un temblor , un incendio...¿?¿! Estando en los menesteres amatorios recuerdo la vez que mi mamá se levantó en medio de la noche para ir a buscar algo a la cocina, y cómo yo enroscada en los brazos de Daniel, y paralizada en un dos tres queso, la vi pasar con su bata amarilla. Ni papi ni mami, ni siquiera mis hermanos y hermanas se dieron cuenta de los trasiegos nocturnos de cuerpos, que fueron bastantes. Todavía cuando hoy les cuento de aquello les cuesta creerlo.
Para esos días de aventura, mis papás no se habían separado. Eso ocurrió después.
16.1.07
5: Abrir los ojos y volverlos a cerrar
Volver a Costa Rica desde aquella isla grande de palmeras y soles, representó un abrir de ojos de repente que no me imaginaba. Un año fuera entre los dieciocho y diecinueve años transforma las realidades bastante.
A esas edades crecés con levadura en todo sentido. Todo se condensa y al tiempo le caben más asombros, sorpresas e intenciones que cuando ya tenés cuarenta y te ponés a recordar.
Mi hermosa chiquita de cuentos creía que volvía con su alma gemela en carrusel alado a pisar una alfombra verde esperanza, pero no: venía sola. Verdaderamente sola.
Porque apenas al llegar, detrás de los anteojos del primer Daniel de La Habana comenzó a asomarse el Daniel espeso, difuso, inseguro y muchas veces triste de este otro cuento.
Este nuevo Daniel no encontró la manera de acomodarme realmente dentro de su vida, vida que ya estaba de algún modo hecha y donde yo no cabía aunque tratara con toda la fuerza del mundo de meterme. No dependía eso de mi. No fuí aceptada.
Aquellos ojillos mareados por el viaje se tuvieron que abrir de sopetón con el regreso: en casa todo patas arriba, una familia pegada con saliva, los hermanitos menores al garete y las caras de estupor con la noticia de mi nueva "relación".
Alejandra, mi hermana mayor siempre ha sido sabia. Tiene esa sabiduría elemental que se hereda entre las mujeres de distintas generaciones. Ella la recogió de mami. Cuando intuye cosas, la mayor parte del tiempo la vida le devuelve la razón. Yo en cambio , en aquellas bajuras....levitaba montada en nubes y ensoñaciones. Poco terrenal fui siendo niña y parecía que la adolescencia no había provocado mayor cambio en ese sentido. La pobre estaba sufriendo mucho la tensión entre mi padre y mi madre, y lo que es peor , sin la compañía de Antonio y mía. Ingrid y Ernesto estaban muy pequeños para entender mucho. A Eva ni la cuento porque le tocó chuparse mucho durante toda la vida y aquello la sobrepasaba. Lo cierto es que el asunto se había ido haciendo cada vez más incómodo e insoportable. Alejandra se había quedado sola. Pero, por dicha tenía su Angel, un indio precioso que la mira desde entonces con ojos enamorados.
Ante aquella realidad tocaba parar de soñar y navegar, y parar de cantar cancioncitas dulzonas.
El temita nuestro cayó como balde de agua fría en todas partes allí donde se anunció o se intuyó. A nadie le hizo nada de gracia. A Alejandra tampoco. Menos a ella.
El último mes en Cuba había sido premonitorio. Ya no nos podríamos ver Daniel y yo en cualquier momento ni en cualquier lugar. El tenía cosas que atender, cosas pospuestas, responsabilidades relegadas. Entonces, estando él más comprometido y con la agenda más poblada, era a mi a la que me tocaba, como Penélope, esperar.
Claro que nos seguimos viendo y el fuego se mantenía. Sólo que ahora él era el que decidía cuándo y dónde. Dejé de ser protagonista de mis días. Solté mi libertad. Comenzó el miedo.
En todo caso, había que volver a trabajar, a ganarse la vida, la casa, el almento, a buscarse los cincos para ir al cine y para agenciarse la ropita bonita que siempre me gustó.
En Cuba, no siendo aquello de la moda prioridad durante aquellos años, me había perdido de más de un "detalle", y era urgente ponerse al día. Siempre me han gustado los trapos , los zapatos, la bisutería, las carteras. En eso salí a Nana, mi abuela. Nana fue famosa por eso. Tenía una colección de sombrillas de todos los colores y tamaños en un perchero a la entrada de la casa para usar la que más le fuera con el vestido del día, que siempre era precioso. Nunca se asoleó la cara mi abuela. Era vanidosísima. Nunca salía ni a la esquina con los labios sin pintar.
Recuerdo entonces que lo primero que la nieta se compró fueron unos zapatos rojos. Bajitos, puntiagudos, como dictaba la tendencia ochentera. Los encontré en una boutique llamada Vogue, en el Paseo Colón, en San José. Los combinaba con un vestido minifalda lindo de color lila , amarillo y rojo que mi abuela me había mandado a Cuba y que allá había sido todo un éxito. Nunca me han faltado los zapatos rojos, pero curiosamente cuando intenté leer el libro de las mujeres que corren con lobos, me quedé pegado en el capítulo del mismo nombre. Es una duda que tengo que entender. Cosas curiosas. Pero no me desvío.
Sigo.
En casa se me proveía de lo indispensable. Allá dormía y allá comía. En todo caso sólo eso era lo que nos parecía normal. Nunca pedí a mi papá ni a mi mamá cosas innecesarias. Ni siquiera un libro, un disco...mucho menos una pulsera o una blusa. Incluso les rogué llorando que no me pagaran más la Universidad y lo aceptaron. Ya se verá más adelante por qué.
Desde que yo salí del colegio, mis hermanos , mis hermanas y yo aprendimos a agenciarnos por nuestra cuenta la plata para nuestras cosas. Trabajillos ocasionales, regalos de los abuelos y las abuelas, ahorros de regalos de navidad. Cada uno y cada una hacía lo que podía en ese sentido. En mi caso , de por si, el norte seguía siendo La Revolución, el último y más valioso fin de nuestras vidas. Nada era tan importante como "la lucha".
A esas edades crecés con levadura en todo sentido. Todo se condensa y al tiempo le caben más asombros, sorpresas e intenciones que cuando ya tenés cuarenta y te ponés a recordar.
Mi hermosa chiquita de cuentos creía que volvía con su alma gemela en carrusel alado a pisar una alfombra verde esperanza, pero no: venía sola. Verdaderamente sola.
Porque apenas al llegar, detrás de los anteojos del primer Daniel de La Habana comenzó a asomarse el Daniel espeso, difuso, inseguro y muchas veces triste de este otro cuento.
Este nuevo Daniel no encontró la manera de acomodarme realmente dentro de su vida, vida que ya estaba de algún modo hecha y donde yo no cabía aunque tratara con toda la fuerza del mundo de meterme. No dependía eso de mi. No fuí aceptada.
Aquellos ojillos mareados por el viaje se tuvieron que abrir de sopetón con el regreso: en casa todo patas arriba, una familia pegada con saliva, los hermanitos menores al garete y las caras de estupor con la noticia de mi nueva "relación".
Alejandra, mi hermana mayor siempre ha sido sabia. Tiene esa sabiduría elemental que se hereda entre las mujeres de distintas generaciones. Ella la recogió de mami. Cuando intuye cosas, la mayor parte del tiempo la vida le devuelve la razón. Yo en cambio , en aquellas bajuras....levitaba montada en nubes y ensoñaciones. Poco terrenal fui siendo niña y parecía que la adolescencia no había provocado mayor cambio en ese sentido. La pobre estaba sufriendo mucho la tensión entre mi padre y mi madre, y lo que es peor , sin la compañía de Antonio y mía. Ingrid y Ernesto estaban muy pequeños para entender mucho. A Eva ni la cuento porque le tocó chuparse mucho durante toda la vida y aquello la sobrepasaba. Lo cierto es que el asunto se había ido haciendo cada vez más incómodo e insoportable. Alejandra se había quedado sola. Pero, por dicha tenía su Angel, un indio precioso que la mira desde entonces con ojos enamorados.
Ante aquella realidad tocaba parar de soñar y navegar, y parar de cantar cancioncitas dulzonas.
El temita nuestro cayó como balde de agua fría en todas partes allí donde se anunció o se intuyó. A nadie le hizo nada de gracia. A Alejandra tampoco. Menos a ella.
El último mes en Cuba había sido premonitorio. Ya no nos podríamos ver Daniel y yo en cualquier momento ni en cualquier lugar. El tenía cosas que atender, cosas pospuestas, responsabilidades relegadas. Entonces, estando él más comprometido y con la agenda más poblada, era a mi a la que me tocaba, como Penélope, esperar.
Claro que nos seguimos viendo y el fuego se mantenía. Sólo que ahora él era el que decidía cuándo y dónde. Dejé de ser protagonista de mis días. Solté mi libertad. Comenzó el miedo.
En todo caso, había que volver a trabajar, a ganarse la vida, la casa, el almento, a buscarse los cincos para ir al cine y para agenciarse la ropita bonita que siempre me gustó.
En Cuba, no siendo aquello de la moda prioridad durante aquellos años, me había perdido de más de un "detalle", y era urgente ponerse al día. Siempre me han gustado los trapos , los zapatos, la bisutería, las carteras. En eso salí a Nana, mi abuela. Nana fue famosa por eso. Tenía una colección de sombrillas de todos los colores y tamaños en un perchero a la entrada de la casa para usar la que más le fuera con el vestido del día, que siempre era precioso. Nunca se asoleó la cara mi abuela. Era vanidosísima. Nunca salía ni a la esquina con los labios sin pintar.
Recuerdo entonces que lo primero que la nieta se compró fueron unos zapatos rojos. Bajitos, puntiagudos, como dictaba la tendencia ochentera. Los encontré en una boutique llamada Vogue, en el Paseo Colón, en San José. Los combinaba con un vestido minifalda lindo de color lila , amarillo y rojo que mi abuela me había mandado a Cuba y que allá había sido todo un éxito. Nunca me han faltado los zapatos rojos, pero curiosamente cuando intenté leer el libro de las mujeres que corren con lobos, me quedé pegado en el capítulo del mismo nombre. Es una duda que tengo que entender. Cosas curiosas. Pero no me desvío.
Sigo.
En casa se me proveía de lo indispensable. Allá dormía y allá comía. En todo caso sólo eso era lo que nos parecía normal. Nunca pedí a mi papá ni a mi mamá cosas innecesarias. Ni siquiera un libro, un disco...mucho menos una pulsera o una blusa. Incluso les rogué llorando que no me pagaran más la Universidad y lo aceptaron. Ya se verá más adelante por qué.
Desde que yo salí del colegio, mis hermanos , mis hermanas y yo aprendimos a agenciarnos por nuestra cuenta la plata para nuestras cosas. Trabajillos ocasionales, regalos de los abuelos y las abuelas, ahorros de regalos de navidad. Cada uno y cada una hacía lo que podía en ese sentido. En mi caso , de por si, el norte seguía siendo La Revolución, el último y más valioso fin de nuestras vidas. Nada era tan importante como "la lucha".
Que nos bese un quetzal
cien mil abrazos
y que con su vuelo
entonen los malinches
los himnos satisfechos del futuro,
que de amarillo y verde
se nos tiña este nuevo amor de helechos silvestres
y nos emerja despierta
una amapola de fuego
en el centro de la guerra.
Que los volcanes violentos de estas adolescentes tierras
coronen su furia de rosas blancas,
que las manos de los hermanos verdaderos
se unan a las de las hermanas verdaderas,
que en un abrazo se obvien las fronteras
y se ensanchen los cauces verticales
para que suene la música.
Que nos inunde de sabia la espuma del Caribe
y el canto dulce del pájaro invisible de la montaña,
que de tan común nuestro amor sea humano,
y le crezcan motivos y alas para el canto.
Centroamérica toda era un volcán mientras yo seguía intentanto compaginar con aquello poemas enamorados. Intentaba seriamente que no sonaran cursis y pocas veces lo lograba. Leía y leía tratando de acompañarme de las palabras que otros u otras hubieran podido escribir en similares circunstancias. En esos años descubrí a Cortázar, a Benedetti, a Vallejo, a Ottó René Castillo, a Roque Dalton, a Jorge Amado. Las canciones me las aportaban Mercedes Sosa, Nacha Guevera, Chico Buarque, Viglietti, Silvio, Pablo...Gioconda Belli, María Bethania, Ernesto Cardenal. La poesía es medicina, la música alivio. Junto a ellas es más fácil todo. Sin canciones nunca pude más vivir.
Participaba todo lo que podía en lo que era apoyo a la Revolución Sandinista, a la lucha guerrillera en El Salvador y Guatemala, y a la propia guerra cotidiana nacional para acompañar a nuestro pueblo a buscarle salidas a la pobreza , la injusticia y la desesperanza. ¿ Cuántas horas tenía cada jornada? Ni se nos ocurría ponerle límites. Las prioridades no se discutían. La militancia era por sí misma un proyecto de vida. Cada uno lo enfrentaba a su manera, y como en el saco de las rebeldías cabía de todo, a las angustias colectivas y a los sudores de "las causas proletarias", yo agregaba mi derramada dosis de fe en el amado compañero.
El saco era pesado, pero yo lo creía liviano. Para mi era revolotear de liberadas mariposas amarillas Mauricio Babilonia. Cada día lo emprendía felíz y con los ojitos cerrados. No quería ver los nubarrones que me perseguían. Ni en mi corazón, ni en mi casa, ni en mi historia con él y sus bemoles.
¿ Cuántos buses cogí detrás de sus abrazos? ¿ Cuántas horas gasté detrás del poquísimo tiempo que el podía destinarme?
La vida se me iba en eso y yo ni cuenta me daba.
Daniel hablaba quedito. Arrastraba las palabras pronunciando la "erre" de esa manera especial . Ya conté que se reía vacilón, pero se reía poco, andaba la mayor parte del tiempo con cara de tragedia. En eso sí que no era muy especial. Esa característica le unía a muchos compañeros. Ahora pienso que podía ser la edad. Cuando tenés la edad en que te sentís importante, pues lo lógico es que pongás cara "cool". Daniel no tenía ni treinta todavía. Andaba en los veintisiete, por ahí. Nos tomábamos todo con cara de tango, era requisito para asumirnos con capacidad de ser héroes y heroínas.
Poco tiempo después del regreso y por cosas que vaya usted a saber por qué pasaban, porque en medio de todo es difícil de entender, Daniel comenzó a trabajar como profesional del partido. Eso quería decir que dejaba atrás su carrera y se dedicaba tiempo completo a tareas del trabajo político, y por su experiencia fue asignado como parte del equipo de guardaespaldas de mi papá. ¿ Por qué a mi papá? ¿ y cómo un ingeniero agrónomo que hablaba portugués terminó en esto? No es simple entenderlo, pero terminará siendo hilo importante del desenrollo de esta madeja enredada.
Resulta que mi papá era el máximo líder de la organización. El Partido. En ese tiempo incluso era diputado nacional por la coalición de izquierda. Y eso , en tiempos de guerras civiles en Centroamérica y de una revolución colindando con el Río San Juan, no era cosa para ver de modo ligero.
Aunque en Costa Rica vivíamos una situación de paz y respeto hacia los grupos disidentes y de izquierda, se movían en nuestro territorio muchas fuerzas e intereses poderosos y clandestinos. Desde acá salía mucha ayuda para los grupos alzados de Guatemala y El Salvador y los pocos foquitos que se encendieron en las montañas hondureñas. Mientas el gobierno de Reagan amedrentaba a propios y extraños con una guerra sucia, irregular y despiadada contra la Revolución en Nicaragua, nosotros por nuestra parte apoyábamos ese proceso.
Las dictaduras de los países del norte, por su parte, eran manejadas por los mecates de la administración Reagan y contaban con bastante apoyo nacional también. No sé cómo logramos salir ilesos de entre esos dos fuegos. Si a nivel global aquello se dio en llamar Guerra Fría, nunca las cosas estuvieron más calientes en Centroamérica. Y justo es recordar que el proceso dejó bastante sangre costarricense en cantidad de caminos de polvo y barro centroamericanos, pero esa historia no la puedo contar yo por respeto a quienes la vivieron más de cerca. Siento que a ellos y a ellas les toca. No a mi. Ojalá algún día esos recuerdos salgan de entre la piel y el alma de tanta gente involucrada.
En algún momento a mi papá lo amenazaron de muerte. Bueno, no sólo a él, a toda su familia también. La cosa arreció sobremanera después del acto de bienvenida que el Presidente Monge le dio a Reagan en el Teatro Nacional.
cien mil abrazos
y que con su vuelo
entonen los malinches
los himnos satisfechos del futuro,
que de amarillo y verde
se nos tiña este nuevo amor de helechos silvestres
y nos emerja despierta
una amapola de fuego
en el centro de la guerra.
Que los volcanes violentos de estas adolescentes tierras
coronen su furia de rosas blancas,
que las manos de los hermanos verdaderos
se unan a las de las hermanas verdaderas,
que en un abrazo se obvien las fronteras
y se ensanchen los cauces verticales
para que suene la música.
Que nos inunde de sabia la espuma del Caribe
y el canto dulce del pájaro invisible de la montaña,
que de tan común nuestro amor sea humano,
y le crezcan motivos y alas para el canto.
Centroamérica toda era un volcán mientras yo seguía intentanto compaginar con aquello poemas enamorados. Intentaba seriamente que no sonaran cursis y pocas veces lo lograba. Leía y leía tratando de acompañarme de las palabras que otros u otras hubieran podido escribir en similares circunstancias. En esos años descubrí a Cortázar, a Benedetti, a Vallejo, a Ottó René Castillo, a Roque Dalton, a Jorge Amado. Las canciones me las aportaban Mercedes Sosa, Nacha Guevera, Chico Buarque, Viglietti, Silvio, Pablo...Gioconda Belli, María Bethania, Ernesto Cardenal. La poesía es medicina, la música alivio. Junto a ellas es más fácil todo. Sin canciones nunca pude más vivir.
Participaba todo lo que podía en lo que era apoyo a la Revolución Sandinista, a la lucha guerrillera en El Salvador y Guatemala, y a la propia guerra cotidiana nacional para acompañar a nuestro pueblo a buscarle salidas a la pobreza , la injusticia y la desesperanza. ¿ Cuántas horas tenía cada jornada? Ni se nos ocurría ponerle límites. Las prioridades no se discutían. La militancia era por sí misma un proyecto de vida. Cada uno lo enfrentaba a su manera, y como en el saco de las rebeldías cabía de todo, a las angustias colectivas y a los sudores de "las causas proletarias", yo agregaba mi derramada dosis de fe en el amado compañero.
El saco era pesado, pero yo lo creía liviano. Para mi era revolotear de liberadas mariposas amarillas Mauricio Babilonia. Cada día lo emprendía felíz y con los ojitos cerrados. No quería ver los nubarrones que me perseguían. Ni en mi corazón, ni en mi casa, ni en mi historia con él y sus bemoles.
¿ Cuántos buses cogí detrás de sus abrazos? ¿ Cuántas horas gasté detrás del poquísimo tiempo que el podía destinarme?
La vida se me iba en eso y yo ni cuenta me daba.
Daniel hablaba quedito. Arrastraba las palabras pronunciando la "erre" de esa manera especial . Ya conté que se reía vacilón, pero se reía poco, andaba la mayor parte del tiempo con cara de tragedia. En eso sí que no era muy especial. Esa característica le unía a muchos compañeros. Ahora pienso que podía ser la edad. Cuando tenés la edad en que te sentís importante, pues lo lógico es que pongás cara "cool". Daniel no tenía ni treinta todavía. Andaba en los veintisiete, por ahí. Nos tomábamos todo con cara de tango, era requisito para asumirnos con capacidad de ser héroes y heroínas.
Poco tiempo después del regreso y por cosas que vaya usted a saber por qué pasaban, porque en medio de todo es difícil de entender, Daniel comenzó a trabajar como profesional del partido. Eso quería decir que dejaba atrás su carrera y se dedicaba tiempo completo a tareas del trabajo político, y por su experiencia fue asignado como parte del equipo de guardaespaldas de mi papá. ¿ Por qué a mi papá? ¿ y cómo un ingeniero agrónomo que hablaba portugués terminó en esto? No es simple entenderlo, pero terminará siendo hilo importante del desenrollo de esta madeja enredada.
Resulta que mi papá era el máximo líder de la organización. El Partido. En ese tiempo incluso era diputado nacional por la coalición de izquierda. Y eso , en tiempos de guerras civiles en Centroamérica y de una revolución colindando con el Río San Juan, no era cosa para ver de modo ligero.
Aunque en Costa Rica vivíamos una situación de paz y respeto hacia los grupos disidentes y de izquierda, se movían en nuestro territorio muchas fuerzas e intereses poderosos y clandestinos. Desde acá salía mucha ayuda para los grupos alzados de Guatemala y El Salvador y los pocos foquitos que se encendieron en las montañas hondureñas. Mientas el gobierno de Reagan amedrentaba a propios y extraños con una guerra sucia, irregular y despiadada contra la Revolución en Nicaragua, nosotros por nuestra parte apoyábamos ese proceso.
Las dictaduras de los países del norte, por su parte, eran manejadas por los mecates de la administración Reagan y contaban con bastante apoyo nacional también. No sé cómo logramos salir ilesos de entre esos dos fuegos. Si a nivel global aquello se dio en llamar Guerra Fría, nunca las cosas estuvieron más calientes en Centroamérica. Y justo es recordar que el proceso dejó bastante sangre costarricense en cantidad de caminos de polvo y barro centroamericanos, pero esa historia no la puedo contar yo por respeto a quienes la vivieron más de cerca. Siento que a ellos y a ellas les toca. No a mi. Ojalá algún día esos recuerdos salgan de entre la piel y el alma de tanta gente involucrada.
En algún momento a mi papá lo amenazaron de muerte. Bueno, no sólo a él, a toda su familia también. La cosa arreció sobremanera después del acto de bienvenida que el Presidente Monge le dio a Reagan en el Teatro Nacional.
11.1.07
4: Desde siempre hubo palabras que iban y venían
Durante ese primer período de separación, es justo decir que el sentimiento de enamoramiento entre Daniel y yo era recíproco y alimentado de muy diversas maneras. Cartas fueron y vinieron muchas veces en un tiempo en que no había ni correo electrónico ni teléfonos celulares. Yo estaba lejos de La Habana y él solo pudo ir a visitarme una vez porque tenía que estudiar bastante también y estábamos lejos. El mapa de Cuba es ancho y largo. Fue como un mes y piquito que estuvimos separados. Tampoco teníamos fácil acceso al teléfono. Es difícil desde aquí recordar cómo era la vida en Cuba en aquellos tiempos. En todo caso, durante el período llamado "especial" de los noventa, fue más dura. Eso sí que no lo viví,
Hace poco tiempo de manera curiosa me encontré con un montón de cartas de Daniel de aquellos días. Yo creía que se me habían perdido pero la fortuna me las trajo de vuelta por alguna misteriosa razón.
En una de sus primeras cartas, Daniel me decía, entre otras cosas: "te escribo porque voy a verte y posiblemente me veré muy limitado para decirte cosas, para besarte, para hacerte ver y sentir que me sos necesaria, de vital importancia.
No sé, no he podido encontrar palabras para definirte, y en estas letras no podré tampoco decirte lo que quiero, espero que me vayás enseñando a hacerlo. En estos días con tu ausencia me he dado cuenta de cuánto me has marcado; incluso, te confieso que tuve miedo al pensar en la posibilidad de perderte, pero creo que mi amor no deber ser egoísta, pensando en estar bien yo siempre; quiero estar con vos hasta que digás. Todo el tiempo que te sea necesario. ¿ cuánto más? no lo sé…habrá oportunidad de estar siempre juntos? no lo sé."
Nunca me mintió Daniel con respecto al regreso: "A veces trato de encuadrar nuestra relación allá; y te confieso que se me hace difícil. Si continuamos tendremos que resistir a diferentes actitudes por parte de los que nos rodean. Imagino que la mayoría no lo aprobará. Tendremos fortaleza suficiente para eso?
Por otro lado, mis decisiones deben ser maduras; soy una persona que tiene que asumir responsabilidades por decisiones tomadas anteriormente, talvez fui inmaduro cuando las tomé, pero ahora debo ser lo suficientemente maduro para asumirlas.
Tal vez me esté haciendo demasiado enredo innecesario en la cabeza, pero es que lo que siento por vos ahora no es algo para “una aventura”. Tal vez con vos no sea así, tal vez tu interés sea pasajero ¿ por qué no? lo cierto es que me hacés tremenda falta ¿ qué vendrá después? Mi vida es una eterna conjetura.
La verdad, no quiero escribirte, quiero vivir con vos. Deseo frustrado? el tiempo y la situación venidera, ahora flotante, lo dirán. Me atrevo a navegar en este mar , si vivo o muero, de todas formas ganaré. El solo hecho de conocerte y saber que me querés es suficiente."
Yo como respuesta posiblemente le escribí muchas cartas, pero las mías, como no eran para mi no las tengo guardadas y él posiblemente sí las perdió o las dejó por allá. No eran tiempos tampoco para guardar las cosas en diskettes, discos compatos o llaves maya. Solamente sobrevivieron en cuadernillos viejos algunos poemas que intentaban expresar la calentura, la efervescencia, la tierna pasión que nos cobijaba.
Daniel, todavía en La Habana me decía: "He tenido que pasar varias veces por lugares donde hemos andado juntos. De verdad que cuando (...) uno de los dos se va, el que queda, queda…
El domingo ( hoy es lunes) fui con Javier a La Habana, buscábamos un lugar para comer y tomar. Ibamos a entrar a Los Andes ¿ te acordás? pero preferí no. Le dije por qué y se rió."
El Bar los Andes, a un costado de la popular calle conocida como La Rampa, cerca del Hotel Nacional, estaba en una esquina, en un alto. Allí habíamos ido la primera vez que salimos juntos a caminar por las calles de aquella ciudad que fue nuestra. En ese lugar pedimos una botella de vino blanco búlgaro de la que todavía guardo la etiqueta con un mensaje de él borroso por la parte de atrás. Se trata de un fósil de 1982. El vino blanco, sobre todo si es frutoso, deja un sabor peculiar en la boca y desde aquella vez, siempre que lo tomo se me viene a la cabeza aquella tarde, las manos ansiosas, las miradas entrelazadas, una mesa pequeñita, él frente a mi y yo frente a él como tantas veces, de nuevo las ganas de llorar...¿será por eso que luego me cambié al tinto?
"Nuestra relación ha nacido en condiciones un poco adversas, y se ha desarrollado ( y seguirá), en las mismas condiciones. De estos 2 meses, hemos estado juntos 4 días ( y medio); más o menos, y yo siento que no se ha debilitado, más bien la siento fuerte; las cosas que nacen en un medio estéril, acéptico, nacen débiles, enfermizas, y al poco rato mueren; las cosas que nacen en medios “adversos” (...) luchan desesperadamente por sobrevivir, y eso las hace fuertes, y se desarrollan con un vigor y energía que todo lo pueden lograr.
Nuestra relación es un poco eso, las condiciones nos han limitado, en alguna medida, pero veo ( y siento) que la necesidad de amarnos es cada día más fuerte. Te amo"
Yo embelesada, sólo oía la música y con ella seguía intentando hacer canciones:
Mientras tanto, desde Brasil, los "tropicalistas" y desde Cuba la entonces Nueva Trova, integraban la banda sonora del idilio.
"El regreso para mi significa enfrentamiento, prueba, lucha, lo ansío y le tengo temor. En vos necesitaré, y creo encontrar, apoyo, estímulo, ayuda, consejos, fuerza, en fin: compañía."
"A veces me siento terriblemente cansado como con un dolor inmenso en el alma, en la vida, y recuerdo dos cosas: (…) no tienes derecho a cansarte, y recuerdo de vos “duerma un poco, repose…” ¿ te acordás? aquella vez por teléfono que me hiciste sentirme tan bien…y así lo hago, y me levanto con confianza en mi, y con fuerza."
"Me gustaría llorar, o saber llorar como vos, pero me reprimo, me ahogo, me encierro y sueño…tenés tantas cosas lindas!
Me parece que te conozco de hace una eternidad, que nuestra relación tiene más años que los nuestros juntos, que sin haber estado físicamente juntos, hace mucho existe lo nuestro. No sé, parece que somos desde hace mucho; ¿ será por la intensidad que ha tenido nuestra historia? ¿ será por lo inevitable del comienzo de nuestra historia? Me lleno la cabeza de preguntas y de sueños, esperanzas, ansiedades.
Tengo temor, porque mi yo de ahora se va a enfrentar con (…) ¿ quién soy? ¿ a quién conocés? Por eso cuando leo tu carta( ...) me pregunto si es así, o es que soy un magnífico impostor.
Necesito fuerza, siento que vos me la das, y sé que estar con vos es vital para mi, Como quisiera vivir junto a vos eternamente! qué días más largos estos! (…) Qué decirte? que te quiero? que te amo? que te necesito? que vos me das la fuerza, la confianza, la alegría de poder vivir para luchar? No. Eso es poco…
Mi actividad y la tuya, ( allá o aquí) serán diferentes, y los lugares donde estaremos también, pero estaremos juntos, sí, siempre y cada ratito, cada vez que pasemos físicamente juntos, lo viviremos y aprovecharemos intensamente."
¿ Cómo no entendí? ¿ Cómo iba a hacerlo si solo tenía yo diecinueve años? ¿ Por qué me parece tan claro ahora lo que entonces no pude ver?
Un año y medio tenía Daniel de estar en Cuba. Después de ese largo período con poquísimo contacto con nuestro país, iba a volver. Con la partida , el compromiso:
"Haré todo por verte lo más pronto posible. Lo necesito. Por el momento un beso inmensísimo, eterno..."
Cierro los ojos
para que recorras
los senderos que invento
para que te canten las manos
Hace poco tiempo de manera curiosa me encontré con un montón de cartas de Daniel de aquellos días. Yo creía que se me habían perdido pero la fortuna me las trajo de vuelta por alguna misteriosa razón.
En una de sus primeras cartas, Daniel me decía, entre otras cosas: "te escribo porque voy a verte y posiblemente me veré muy limitado para decirte cosas, para besarte, para hacerte ver y sentir que me sos necesaria, de vital importancia.
No sé, no he podido encontrar palabras para definirte, y en estas letras no podré tampoco decirte lo que quiero, espero que me vayás enseñando a hacerlo. En estos días con tu ausencia me he dado cuenta de cuánto me has marcado; incluso, te confieso que tuve miedo al pensar en la posibilidad de perderte, pero creo que mi amor no deber ser egoísta, pensando en estar bien yo siempre; quiero estar con vos hasta que digás. Todo el tiempo que te sea necesario. ¿ cuánto más? no lo sé…habrá oportunidad de estar siempre juntos? no lo sé."
Nunca me mintió Daniel con respecto al regreso: "A veces trato de encuadrar nuestra relación allá; y te confieso que se me hace difícil. Si continuamos tendremos que resistir a diferentes actitudes por parte de los que nos rodean. Imagino que la mayoría no lo aprobará. Tendremos fortaleza suficiente para eso?
Por otro lado, mis decisiones deben ser maduras; soy una persona que tiene que asumir responsabilidades por decisiones tomadas anteriormente, talvez fui inmaduro cuando las tomé, pero ahora debo ser lo suficientemente maduro para asumirlas.
Tal vez me esté haciendo demasiado enredo innecesario en la cabeza, pero es que lo que siento por vos ahora no es algo para “una aventura”. Tal vez con vos no sea así, tal vez tu interés sea pasajero ¿ por qué no? lo cierto es que me hacés tremenda falta ¿ qué vendrá después? Mi vida es una eterna conjetura.
La verdad, no quiero escribirte, quiero vivir con vos. Deseo frustrado? el tiempo y la situación venidera, ahora flotante, lo dirán. Me atrevo a navegar en este mar , si vivo o muero, de todas formas ganaré. El solo hecho de conocerte y saber que me querés es suficiente."
Yo como respuesta posiblemente le escribí muchas cartas, pero las mías, como no eran para mi no las tengo guardadas y él posiblemente sí las perdió o las dejó por allá. No eran tiempos tampoco para guardar las cosas en diskettes, discos compatos o llaves maya. Solamente sobrevivieron en cuadernillos viejos algunos poemas que intentaban expresar la calentura, la efervescencia, la tierna pasión que nos cobijaba.
Todo lo que escribo te incluye
porque simplemente no puedo esquivarte,
esconderme a tu voz y tus abrazos,
ocultar ni por un segundo los días de compañía,
las tardes enteras de amor irrepetido,
los pedacitos de historia que guardamos entre la piel y el alma,
las raíces que trato de sembrar en tu parcela,
la enorme caricia que vos: macho y compañero,
me has entregado tantas veces,
llenando de ternura mis cadera,
haciéndome volver a ser principio, mujer y hembra
porque simplemente no puedo esquivarte,
esconderme a tu voz y tus abrazos,
ocultar ni por un segundo los días de compañía,
las tardes enteras de amor irrepetido,
los pedacitos de historia que guardamos entre la piel y el alma,
las raíces que trato de sembrar en tu parcela,
la enorme caricia que vos: macho y compañero,
me has entregado tantas veces,
llenando de ternura mis cadera,
haciéndome volver a ser principio, mujer y hembra
Daniel, todavía en La Habana me decía: "He tenido que pasar varias veces por lugares donde hemos andado juntos. De verdad que cuando (...) uno de los dos se va, el que queda, queda…
El domingo ( hoy es lunes) fui con Javier a La Habana, buscábamos un lugar para comer y tomar. Ibamos a entrar a Los Andes ¿ te acordás? pero preferí no. Le dije por qué y se rió."
El Bar los Andes, a un costado de la popular calle conocida como La Rampa, cerca del Hotel Nacional, estaba en una esquina, en un alto. Allí habíamos ido la primera vez que salimos juntos a caminar por las calles de aquella ciudad que fue nuestra. En ese lugar pedimos una botella de vino blanco búlgaro de la que todavía guardo la etiqueta con un mensaje de él borroso por la parte de atrás. Se trata de un fósil de 1982. El vino blanco, sobre todo si es frutoso, deja un sabor peculiar en la boca y desde aquella vez, siempre que lo tomo se me viene a la cabeza aquella tarde, las manos ansiosas, las miradas entrelazadas, una mesa pequeñita, él frente a mi y yo frente a él como tantas veces, de nuevo las ganas de llorar...¿será por eso que luego me cambié al tinto?
"Nuestra relación ha nacido en condiciones un poco adversas, y se ha desarrollado ( y seguirá), en las mismas condiciones. De estos 2 meses, hemos estado juntos 4 días ( y medio); más o menos, y yo siento que no se ha debilitado, más bien la siento fuerte; las cosas que nacen en un medio estéril, acéptico, nacen débiles, enfermizas, y al poco rato mueren; las cosas que nacen en medios “adversos” (...) luchan desesperadamente por sobrevivir, y eso las hace fuertes, y se desarrollan con un vigor y energía que todo lo pueden lograr.
Nuestra relación es un poco eso, las condiciones nos han limitado, en alguna medida, pero veo ( y siento) que la necesidad de amarnos es cada día más fuerte. Te amo"
Yo embelesada, sólo oía la música y con ella seguía intentando hacer canciones:
Compré una cinta dorada para hacerme una trenza
quise enlazar mis dedos a tu pelo,
mis ojos a tus sueños,
mi corazón a la esperanza
Por entre sus letras se me anunciaban cosas y señales que no quise o no pude ver en medio del aquel enamoramiento inédito. ¿ Quién piensa en conflictos cuando todo lo ve rosado?
"De nuevo siento la inconstancia en mi, y eso me preocupa, a veces aflojo y no se puede aflojar. Quiero hacerte ver mis debilidades, porque he quedado con la impresión de que ves en mi un compañero con una gran firmeza…con un compromiso contínuo, ascendente, y no es así , temo que te desilusione de mi cuando te des cuenta que no soy todo lo que vos creés que soy. Es mejor así y no que venga el golpe después."quise enlazar mis dedos a tu pelo,
mis ojos a tus sueños,
mi corazón a la esperanza
Por entre sus letras se me anunciaban cosas y señales que no quise o no pude ver en medio del aquel enamoramiento inédito. ¿ Quién piensa en conflictos cuando todo lo ve rosado?
Mientras tanto, desde Brasil, los "tropicalistas" y desde Cuba la entonces Nueva Trova, integraban la banda sonora del idilio.
“Hoy mi deber era,
cantarle a la patria,
alzar la bandera,
sumarme a la plaza…
pero tu me faltas
hace tantos días
que quiero y no puedo sumar alegrías”
Silvio Rodríguez
cantarle a la patria,
alzar la bandera,
sumarme a la plaza…
pero tu me faltas
hace tantos días
que quiero y no puedo sumar alegrías”
Silvio Rodríguez
"El regreso para mi significa enfrentamiento, prueba, lucha, lo ansío y le tengo temor. En vos necesitaré, y creo encontrar, apoyo, estímulo, ayuda, consejos, fuerza, en fin: compañía."
"A veces me siento terriblemente cansado como con un dolor inmenso en el alma, en la vida, y recuerdo dos cosas: (…) no tienes derecho a cansarte, y recuerdo de vos “duerma un poco, repose…” ¿ te acordás? aquella vez por teléfono que me hiciste sentirme tan bien…y así lo hago, y me levanto con confianza en mi, y con fuerza."
Hay horas en que es vital
que un barco
un velero,
una canoa,
una hoja seca acaso
navegue por tu río…
que un barco
un velero,
una canoa,
una hoja seca acaso
navegue por tu río…
"Me gustaría llorar, o saber llorar como vos, pero me reprimo, me ahogo, me encierro y sueño…tenés tantas cosas lindas!
Me parece que te conozco de hace una eternidad, que nuestra relación tiene más años que los nuestros juntos, que sin haber estado físicamente juntos, hace mucho existe lo nuestro. No sé, parece que somos desde hace mucho; ¿ será por la intensidad que ha tenido nuestra historia? ¿ será por lo inevitable del comienzo de nuestra historia? Me lleno la cabeza de preguntas y de sueños, esperanzas, ansiedades.
Tengo temor, porque mi yo de ahora se va a enfrentar con (…) ¿ quién soy? ¿ a quién conocés? Por eso cuando leo tu carta( ...) me pregunto si es así, o es que soy un magnífico impostor.
Necesito fuerza, siento que vos me la das, y sé que estar con vos es vital para mi, Como quisiera vivir junto a vos eternamente! qué días más largos estos! (…) Qué decirte? que te quiero? que te amo? que te necesito? que vos me das la fuerza, la confianza, la alegría de poder vivir para luchar? No. Eso es poco…
Mi actividad y la tuya, ( allá o aquí) serán diferentes, y los lugares donde estaremos también, pero estaremos juntos, sí, siempre y cada ratito, cada vez que pasemos físicamente juntos, lo viviremos y aprovecharemos intensamente."
¿ Cómo no entendí? ¿ Cómo iba a hacerlo si solo tenía yo diecinueve años? ¿ Por qué me parece tan claro ahora lo que entonces no pude ver?
Te empecé a sentir claro,
bello, poderoso,
cercano y compañero
y te fui regalando las hojas
que de mi árbol se iban cayendo aún frescas;
me empezaste a construir de nuevo
sobre mi estructura desordenada
y un poco gastada en desvaríos,
locuras
y aventuras,
pero aún joven, débil y ligera.
Nos conocimos las pupilas,
el tacto, los sueños,
y empezamos a darnos centímetros de piel y de sonrisas.
Cuando todo esto se inició
fue como si de golpe,
vos con tu fuerza,
me impulsaras toda la mujer que tengo dentro
a salir de los peros y temores…
a correr plenamente,
satisfecha y extasiada hacia el alba…
siempre más alto, amor, más alto.
Nuestra historia se empezó a escribir
sin las promesas y palabras acostumbradas.
Fue cosa de gestos,
de pasos, de razones,
y un ojalá inédito y extraño rodeándolo todo.
Ahora me cuesta sabernos separados,
colgados,
reflexivos, absortos,
a la espera que es ya esperanza,
guindando de recuerdos
por hilos delgados, invisibles,
húmedos todavía
bello, poderoso,
cercano y compañero
y te fui regalando las hojas
que de mi árbol se iban cayendo aún frescas;
me empezaste a construir de nuevo
sobre mi estructura desordenada
y un poco gastada en desvaríos,
locuras
y aventuras,
pero aún joven, débil y ligera.
Nos conocimos las pupilas,
el tacto, los sueños,
y empezamos a darnos centímetros de piel y de sonrisas.
Cuando todo esto se inició
fue como si de golpe,
vos con tu fuerza,
me impulsaras toda la mujer que tengo dentro
a salir de los peros y temores…
a correr plenamente,
satisfecha y extasiada hacia el alba…
siempre más alto, amor, más alto.
Nuestra historia se empezó a escribir
sin las promesas y palabras acostumbradas.
Fue cosa de gestos,
de pasos, de razones,
y un ojalá inédito y extraño rodeándolo todo.
Ahora me cuesta sabernos separados,
colgados,
reflexivos, absortos,
a la espera que es ya esperanza,
guindando de recuerdos
por hilos delgados, invisibles,
húmedos todavía
Un año y medio tenía Daniel de estar en Cuba. Después de ese largo período con poquísimo contacto con nuestro país, iba a volver. Con la partida , el compromiso:
"Haré todo por verte lo más pronto posible. Lo necesito. Por el momento un beso inmensísimo, eterno..."
Cierro los ojos
para que recorras
los senderos que invento
para que te canten las manos
Para Costa Rica me vine yo primero, sola, y me dispuse a esperar con ese beso humedeciéndome los labios.
9.1.07
3: Buscando El Amor Alrededor Del Mundo
El inicio del idilio estuvo marcado por una separación de cerca de un mes. Yo tuve que irme a recibir otro curso lejos de La Habana y allá se quedó Daniel con el fuego.
Nos unieron algunas cartas y una cosa que a mi se me asemejaba al éxtasis. Dormida evocaba su presencia y con ella resguardada debajo del mosquitero blanco me abrazaba despacio cuando sabía que el resto de los compañeros y compañeras dormían. Se me hicieron largos los días y las noches. Larguísimos. Eternas.
Hasta allá me llegaron algunas de sus cartas y un día su visita de sorpresa. Casi no hablamos. Sólo nos miramos y nos entregamos papeles, besos tímidos -porque había mucho testigo- regalos, risillas tontas. El encuentro que seguía iba a ser en Costa Rica, el país del que ambos teníamos más de un año de estar alejados.
Me embarqué felíz en aquel barco de cuentos recién inventado. Le puse motor, propela y velas a la balsa endeble que todavía era. Repinté de azul marino los bordes de su difusa imagen y lo traje a la vida misma para subírmele con las mejores galas y mi mejor sonrisa creyéndome capitana de algún inédito ejército de ilusiones.
Así, vestida de heroína nacional -o al menos sufragista- regresé a mi patria, a mi gente, a mi tierra, ensoñada y dispuesta a empuñar la vida alzando las banderas de la verdad, el amor, la justicia , la libertad y esas cosas que siguen siendo tan escasas y por eso todavía sonando tan bonitas. Parecía que ahora todo cobraba mayor sentido, me sentía preparada para emprender cualquier tarea que se me asignara.
Durante los días de separación, me aliviaba la ausencia de Daniel escribiéndole poemas por montones. Muchos todavía me gustan y por ahí han soportado el paso del tiempo. Con uno de ellos hasta una amiga hizo una canción y una vez la cantó en el Auditorio Nacional.
Durante el año que estuve en La Habana, antes del encuentro con Daniel, soñé sin conseguirlo realmente, alcanzar el amor en brazos extranjeros.
El primero fue Gilles, un fogoso y guapo muchacho de las Islas Seychelles que me regaló aventura, emociones y delicia con su extraordinario talento para las artes amatorias. Eramos él y yo los más jóvenes de toda la escuela y desde el principio hicimos "click" porque nos unía una suerte de complicidad cultural o de procedencia social, pese a venir de sitios tan distintos. Escuchábamos la misma música, nos gustaba bailar, nos reíamos mucho, hasta que me di cuenta que también tenía otra novia uruguaya. El caso es que un viernes llegaron ambos a invitarme a irme con ellos a la playa durante el fin de semana. Habían alquilado una cabañita y traían varias botellas de vino y hasta algunos purillos de marihuana. En aquellos lejanos años ochenta fui de esa manera convocada con bastante naturalidad y frescura a un verdadero "menage a trois" con una muchacha de Uruguay hija de exiliados en Cuba y un joven hijo de altos funcionarios del gobierno de un exótico grupo de islas paradisíacas del Oceáno Indico. Pero la verdad me dio miedo aceptar. Les dije que no, que gracias de todos modos y así me busqué a alguien más afín.
Ese fue Khaled, un palestino de ojos dulces y hermosísimos con quien tuve un romance muy sereno y delicado. Fue como bajarme de la tabla de surf de Gilles a ponerme un flotador de inflar y nadar perrito con Khaled. Con él todo fue diferentísimo, tanto que me aburrí un poco. Lo confieso. Khaled había sido educado por una familia musulmana, aunque él se declaraba marxista y libre pensador. Pero eso lo tenía marcado. Era francamente conservador y "demasiado muy prudente" para la conquista y "la colonia". Así que la verdad yo no llegué a motivarme mucho con él. Si Gilles era fuego, Khaled agua tibia. Aún así viví con él cosas bonitas, me enseñó a decir cosas en árabe, me contó de la historia de su pueblo, y me acercó a una cultura lejana y desconocida.
Khaled, nacido en Jericó, en el territorio palestino ocupado hoy por Israel, se había criado en Amán, Jordania, allí había ido a la universidad a estudiar Sociología y Filosofía. Era un muchacho lleno de sueños. Muy sano, muy puro y bueno.
A veces , cuando iba a "marcar" con Khaled a su cuarto, pasaba a "saludar" a Gilles al suyo, y bueno, la verdad Gilles y yo nos divertíamos bastante, cada vez que podíamos. Mientras Khaled me miraba, las manos de Gilles me hacían gozar.
Pero ambos romances no fueron más que el preludio del encuentro con alguien de mi misma tierra, con mi propia identidad y mi desesperada necesidad de ser amada y amar. Tanto correr buscando el amor por tantas partes para volver llena de multitudes cuzando el Caribe hasta mi pedacito de tierra soñolienta enamorada de un compañero de acá mismo.
Las vueltas del destino "Uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida".
De Gilles supe luego que se casó con una muchacha nica que conoció al año siguiente allí mismo en la escuela y parece que ella se fue con él para Seychelles. De Khaled nunca supe nada más. Por muchos años , viendo las noticias del Medio Oriente y los conflictos de allá, por televisión, muchas veces he intentado adivinir entre los rostros que veo, alguno que me lo recuerde a él.
Las rupturas con estos muchachos siempre fueron amistosas, agradables, las relaciones tranquilas, equitativas, placenteras. Tanto, que cuando conocí a Daniel le conté a Khaled y lo asumió bien. No recuerdo ni discusiones ni peleas, ni celos ni nada que se pareciera a ambiente tenso o incómodo.
Incluso estando todavía allí, cuando estalló un conflicto militar entre el ejército de Israel y los territorios ocupados, Khaled fue llamado por su organización a pelear al frente de batalla junto al grupo de compañeros palestinos y se fue. Como muestra de amor y ya cuando se iba a montar a una microbus que se lo llevaba, le di un libro de Jorge Debravo que a él le gustaba mucho. Recuerdo muy bien el último beso que nos dimos y el fuerte abrazo que selló nuestro encuentro. En viaje hacia la zona de guerra, me escribió desde Siria. Me mandó una tarjeta de Damasco. ( Damascus...decía él...)
Nunca más lo vi...pero él si volvió a La Habana poco tiempo después y desde allá me escribió para contarme que todos habían regresado bien. Entonces le mandé unas cartas y unos regalitos desde Costa Rica con una amiga que iba para la isla. Ella me cuenta que Khaled recibió emocionado la correspondencia y le dijo que le iba a mostrar algo. Orgulloso le trajo el libro del poeta costarricense y le pidió que me dijera a mi que esa poesía lo había protegido en los combates en que participó.
Nos unieron algunas cartas y una cosa que a mi se me asemejaba al éxtasis. Dormida evocaba su presencia y con ella resguardada debajo del mosquitero blanco me abrazaba despacio cuando sabía que el resto de los compañeros y compañeras dormían. Se me hicieron largos los días y las noches. Larguísimos. Eternas.
Hasta allá me llegaron algunas de sus cartas y un día su visita de sorpresa. Casi no hablamos. Sólo nos miramos y nos entregamos papeles, besos tímidos -porque había mucho testigo- regalos, risillas tontas. El encuentro que seguía iba a ser en Costa Rica, el país del que ambos teníamos más de un año de estar alejados.
Me embarqué felíz en aquel barco de cuentos recién inventado. Le puse motor, propela y velas a la balsa endeble que todavía era. Repinté de azul marino los bordes de su difusa imagen y lo traje a la vida misma para subírmele con las mejores galas y mi mejor sonrisa creyéndome capitana de algún inédito ejército de ilusiones.
Así, vestida de heroína nacional -o al menos sufragista- regresé a mi patria, a mi gente, a mi tierra, ensoñada y dispuesta a empuñar la vida alzando las banderas de la verdad, el amor, la justicia , la libertad y esas cosas que siguen siendo tan escasas y por eso todavía sonando tan bonitas. Parecía que ahora todo cobraba mayor sentido, me sentía preparada para emprender cualquier tarea que se me asignara.
Durante los días de separación, me aliviaba la ausencia de Daniel escribiéndole poemas por montones. Muchos todavía me gustan y por ahí han soportado el paso del tiempo. Con uno de ellos hasta una amiga hizo una canción y una vez la cantó en el Auditorio Nacional.
Durante el año que estuve en La Habana, antes del encuentro con Daniel, soñé sin conseguirlo realmente, alcanzar el amor en brazos extranjeros.
El primero fue Gilles, un fogoso y guapo muchacho de las Islas Seychelles que me regaló aventura, emociones y delicia con su extraordinario talento para las artes amatorias. Eramos él y yo los más jóvenes de toda la escuela y desde el principio hicimos "click" porque nos unía una suerte de complicidad cultural o de procedencia social, pese a venir de sitios tan distintos. Escuchábamos la misma música, nos gustaba bailar, nos reíamos mucho, hasta que me di cuenta que también tenía otra novia uruguaya. El caso es que un viernes llegaron ambos a invitarme a irme con ellos a la playa durante el fin de semana. Habían alquilado una cabañita y traían varias botellas de vino y hasta algunos purillos de marihuana. En aquellos lejanos años ochenta fui de esa manera convocada con bastante naturalidad y frescura a un verdadero "menage a trois" con una muchacha de Uruguay hija de exiliados en Cuba y un joven hijo de altos funcionarios del gobierno de un exótico grupo de islas paradisíacas del Oceáno Indico. Pero la verdad me dio miedo aceptar. Les dije que no, que gracias de todos modos y así me busqué a alguien más afín.
Ese fue Khaled, un palestino de ojos dulces y hermosísimos con quien tuve un romance muy sereno y delicado. Fue como bajarme de la tabla de surf de Gilles a ponerme un flotador de inflar y nadar perrito con Khaled. Con él todo fue diferentísimo, tanto que me aburrí un poco. Lo confieso. Khaled había sido educado por una familia musulmana, aunque él se declaraba marxista y libre pensador. Pero eso lo tenía marcado. Era francamente conservador y "demasiado muy prudente" para la conquista y "la colonia". Así que la verdad yo no llegué a motivarme mucho con él. Si Gilles era fuego, Khaled agua tibia. Aún así viví con él cosas bonitas, me enseñó a decir cosas en árabe, me contó de la historia de su pueblo, y me acercó a una cultura lejana y desconocida.
Khaled, nacido en Jericó, en el territorio palestino ocupado hoy por Israel, se había criado en Amán, Jordania, allí había ido a la universidad a estudiar Sociología y Filosofía. Era un muchacho lleno de sueños. Muy sano, muy puro y bueno.
A veces , cuando iba a "marcar" con Khaled a su cuarto, pasaba a "saludar" a Gilles al suyo, y bueno, la verdad Gilles y yo nos divertíamos bastante, cada vez que podíamos. Mientras Khaled me miraba, las manos de Gilles me hacían gozar.
Pero ambos romances no fueron más que el preludio del encuentro con alguien de mi misma tierra, con mi propia identidad y mi desesperada necesidad de ser amada y amar. Tanto correr buscando el amor por tantas partes para volver llena de multitudes cuzando el Caribe hasta mi pedacito de tierra soñolienta enamorada de un compañero de acá mismo.
Las vueltas del destino "Uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida".
De Gilles supe luego que se casó con una muchacha nica que conoció al año siguiente allí mismo en la escuela y parece que ella se fue con él para Seychelles. De Khaled nunca supe nada más. Por muchos años , viendo las noticias del Medio Oriente y los conflictos de allá, por televisión, muchas veces he intentado adivinir entre los rostros que veo, alguno que me lo recuerde a él.
Las rupturas con estos muchachos siempre fueron amistosas, agradables, las relaciones tranquilas, equitativas, placenteras. Tanto, que cuando conocí a Daniel le conté a Khaled y lo asumió bien. No recuerdo ni discusiones ni peleas, ni celos ni nada que se pareciera a ambiente tenso o incómodo.
Incluso estando todavía allí, cuando estalló un conflicto militar entre el ejército de Israel y los territorios ocupados, Khaled fue llamado por su organización a pelear al frente de batalla junto al grupo de compañeros palestinos y se fue. Como muestra de amor y ya cuando se iba a montar a una microbus que se lo llevaba, le di un libro de Jorge Debravo que a él le gustaba mucho. Recuerdo muy bien el último beso que nos dimos y el fuerte abrazo que selló nuestro encuentro. En viaje hacia la zona de guerra, me escribió desde Siria. Me mandó una tarjeta de Damasco. ( Damascus...decía él...)
Nunca más lo vi...pero él si volvió a La Habana poco tiempo después y desde allá me escribió para contarme que todos habían regresado bien. Entonces le mandé unas cartas y unos regalitos desde Costa Rica con una amiga que iba para la isla. Ella me cuenta que Khaled recibió emocionado la correspondencia y le dijo que le iba a mostrar algo. Orgulloso le trajo el libro del poeta costarricense y le pidió que me dijera a mi que esa poesía lo había protegido en los combates en que participó.
6.1.07
2: Lindos tiempos en Cuba
Eran lindos tiempos en Cuba, principios de los ochenta. Las cosas avanzaban . La gente tenía satisfechas sus necesidades básicas y se hacían esfuerzos para elevar la calidad de vida de la población. Lejos estábamos de conocer cosas tristes que supimos luego a través de algunas voces silenciadas por el urgente pragmatismo de la época.
Yo vivía en una casa vieja de Jaimanitas, Municipio Playa, La Habana, enfrente de la escuela donde estudiaba ciencias sociales junto a un grupo de cerca de veinte latinoamericanos y latinoamericanas... en una escuela donde acudían, además de cubanos y cubanas, estudiantes de Asia, Africa y estos lados , y ese cielo tan azul como ese cielo, y "una luna tan brillante como aquella que se filtra en la dulzura de la caña..." y un Fidel que seguía siendo líder de los pueblos pobres del mundo, y "un rubí , cinco franjas y una estrella". Y nosotros asumidos y asumidas como parte del heroico coro que cantaba las canciones que creíamos teníamos que cantar. Eran tiempos de himnos todavía.."Guerrillero, guerrillero...", "la tumba del guerrillero, dónde, dónde, dónde está..?!", "Comandante Carlos, Carlos Fonseca, tayacán vencedor de la muerte, novio de la patria rojinegra..." y por supuesto..."Al combate, corred bayameses, que la patria os contempla orgullosa, no temáis una muerte gloriosa, que morir por la patria es vivir. En cadenas vivir es vivir, en afrenta y oprobio sumido, del clarín escuchad el sonido, a las armas, valientes, corred!" "Patria Libre, o Morir!" "Patria o Muerte, Venceremos!"
Así era la cosa.
Mis vecinas de habitación eran una palestina, una colombiana, cuatro nicas y varias cubanas además de una muchacha de las Islas Seychelles. Mis compañeras de cuarto Leah y Natalia , de Grenada ( la isla del Caribe que luego fue invadida por los gringos para botar a un gobierno que le resultaba incómodo) y de Costa Rica. Con ellas aprendí el verdadero sentido de la solidaridad, de la vida en grupo, del respeto, de la tolerancia, de la organización en comunidad. Yo era no sólo la más joven del grupo, sino la más joven de toda la escuela. Nos sentíamos parte del movimiento revolucionario mundial, todas estábamos allí para preparanos para servir mejor a nuestros pueblos. Nos hicimos hermanas.
Con Ursula la colombiana ( sí, "se llamaba" Ursula Buendía!? ) y con Sausán ( la palestina) desarrollé una relación muy pero muy estrecha. Cuanto desearía que la vida me permita algún día volverlas a ver. ¿ Vivirán?
Nuestra disposición a todo ni se cuestionaba. Desde la distancia ahora veo aquello tan distinto. Años después, conociendo la historia del perseguido escritor cubano Reinaldo Arenas y algunas otras similares tuve que enfrentar golpes muy fuertes. Ay cosas que nunca entenderé. El miedo nunca puede ser el justificante para hacerle daño a nadie, ni siquiera a quien considerás tu enemigo.
Pero fui parte de aquel coro y lo hice de corazón. Creíamos en ello fervientemente y estábamos dispuestos y dispuestas a renunciar a lo que fuera por la lucha. No éramos en todo caso tan especiales, éramos millones en todo el continente, la mayoría jóvenes.
En todo caso, no todo era conciencia, libro o fusil, también había tiempo para la poesía, el arte , el amor y la fiesta.
"Tu me recuerdas las calles de la Habana Vieja", nos acompañaba desde un cassette un entonces juvenil y melenudo Silvio Rodríguez, y a mi se me hacía un puño el corazón de la emoción. "Ojalá pase algo que te borre de pronto, una luz cegadora, un disparo de nieve..." y Daniel y yo cruzábamos aquella ciudad sumergidos "en su baño de tejas", de cabo a rabo, en tardes asoleadas, de la mano, muertos de amor, de sudor y de deseo. En La Habana aprendí a bailar de una manera que no olvido al ritmo de los Van Van de los primeros tiempos. Me cuesta bailar salsa a la tica, siempre me devuelvo a la contención del ritmo más propia de los cubanos. No, no lo aprendí con Daniel. Daniel no bailaba.
Pero él y yo hablábamos de todo, él me contaba historias de santería de Brasil, de novias idas, de sus sueños, compartíamos poesías y canciones, yo solo lo miraba y lo miraba...con cara de embobada...La primera vez que nos encontramos en la calle fue bajo un árbol grande, grueso, potente, no recuerdo bien quién llegó primero pero nos derretimos en un abrazo parados encima de sus raíces. Era julio. Julio caliente en La Habana. No teníamos dónde ir, pero la ciudad fue nuestra por horas y horas. Se nos hizo larga la tarde, larga y ansiosa, intensa, roja, desesperada. Los pies se me llenaron de ampollas por la caminada, el corazón me saltaba, me enamoré de él y él de mi.
Desde la noche aquella en mi cuarto, de los desteñidos muros de aquella ciudad musical solo vimos los colores, y de los ojos arrugados de sus viejos sin esperanza sólo vimos la luz. De los calabozos del Morro no teníamos ni idea. Cuba siempre ha sido tierra de contrastes, de extremos, de pasiones hasta el fondo y aquello se nos había metido por las venas.
Puedo jactarme de que me caminé sola el malecón más de una vez esperando a Daniel y que nadie me confundió jamás con "jinetera", porque entonces no las había. Hoy no puedo ver una foto del malecón sin ponerme a llorar. En aquellos largos muros grises quién sabe cuántos amantes se han besado y abrazado y cuántas promesas de amor se han entregado. No sé qué tiene esa ciudad dorada, ese fuego interno, ese mar fogoso, ese descaro.
A pesar de que entre los grupos de estudiantes que vivíamos en Cuba, que éramos bastantes, se mantenía la discreción por razones de seguridad, yo moví cielo y tierra con el objetivo de que los responsables de la organización me dieran permiso para visitar a Daniel en su casa. No se podía hacer por la libre. Lo logré después de un intenso "lobby" entre algunos dirigentes. Gracias a esa osadía, pudimos hacer el amor por primera vez en un corredor del patio, encima de unas sillas viejas, con la noche, las chicharras y los ronquidos de mi hermano y otros compañeros como testigos. Fue un amor calladito , delicado, clandestino y con la ropa puesta.
Si me preguntaran qué sentí esa vez, podría comparar aquello con una pasión serena, una comodidad, el vaso de agua que aplaca la sed.
Nuestro encuentro estuvo lleno de paz . Mucha risa, mucha alegría, mucha ternura. Estar con él me daba una confianza muy grande. Me sentí por primera vez en mis relaciones de pareja acompañada, segura. Eso es lo que recuerdo del sentimiento de los primeros días. Desde entonces sentí a Daniel parte de mi, de mi familia. Nos unimos, de alguna manera, para siempre.
Aquello todavía me pertenece, lo viví con él y por ello estoy agradecida.
Yo vivía en una casa vieja de Jaimanitas, Municipio Playa, La Habana, enfrente de la escuela donde estudiaba ciencias sociales junto a un grupo de cerca de veinte latinoamericanos y latinoamericanas... en una escuela donde acudían, además de cubanos y cubanas, estudiantes de Asia, Africa y estos lados , y ese cielo tan azul como ese cielo, y "una luna tan brillante como aquella que se filtra en la dulzura de la caña..." y un Fidel que seguía siendo líder de los pueblos pobres del mundo, y "un rubí , cinco franjas y una estrella". Y nosotros asumidos y asumidas como parte del heroico coro que cantaba las canciones que creíamos teníamos que cantar. Eran tiempos de himnos todavía.."Guerrillero, guerrillero...", "la tumba del guerrillero, dónde, dónde, dónde está..?!", "Comandante Carlos, Carlos Fonseca, tayacán vencedor de la muerte, novio de la patria rojinegra..." y por supuesto..."Al combate, corred bayameses, que la patria os contempla orgullosa, no temáis una muerte gloriosa, que morir por la patria es vivir. En cadenas vivir es vivir, en afrenta y oprobio sumido, del clarín escuchad el sonido, a las armas, valientes, corred!" "Patria Libre, o Morir!" "Patria o Muerte, Venceremos!"
Así era la cosa.
Mis vecinas de habitación eran una palestina, una colombiana, cuatro nicas y varias cubanas además de una muchacha de las Islas Seychelles. Mis compañeras de cuarto Leah y Natalia , de Grenada ( la isla del Caribe que luego fue invadida por los gringos para botar a un gobierno que le resultaba incómodo) y de Costa Rica. Con ellas aprendí el verdadero sentido de la solidaridad, de la vida en grupo, del respeto, de la tolerancia, de la organización en comunidad. Yo era no sólo la más joven del grupo, sino la más joven de toda la escuela. Nos sentíamos parte del movimiento revolucionario mundial, todas estábamos allí para preparanos para servir mejor a nuestros pueblos. Nos hicimos hermanas.
Con Ursula la colombiana ( sí, "se llamaba" Ursula Buendía!? ) y con Sausán ( la palestina) desarrollé una relación muy pero muy estrecha. Cuanto desearía que la vida me permita algún día volverlas a ver. ¿ Vivirán?
Nuestra disposición a todo ni se cuestionaba. Desde la distancia ahora veo aquello tan distinto. Años después, conociendo la historia del perseguido escritor cubano Reinaldo Arenas y algunas otras similares tuve que enfrentar golpes muy fuertes. Ay cosas que nunca entenderé. El miedo nunca puede ser el justificante para hacerle daño a nadie, ni siquiera a quien considerás tu enemigo.
Pero fui parte de aquel coro y lo hice de corazón. Creíamos en ello fervientemente y estábamos dispuestos y dispuestas a renunciar a lo que fuera por la lucha. No éramos en todo caso tan especiales, éramos millones en todo el continente, la mayoría jóvenes.
En todo caso, no todo era conciencia, libro o fusil, también había tiempo para la poesía, el arte , el amor y la fiesta.
"Tu me recuerdas las calles de la Habana Vieja", nos acompañaba desde un cassette un entonces juvenil y melenudo Silvio Rodríguez, y a mi se me hacía un puño el corazón de la emoción. "Ojalá pase algo que te borre de pronto, una luz cegadora, un disparo de nieve..." y Daniel y yo cruzábamos aquella ciudad sumergidos "en su baño de tejas", de cabo a rabo, en tardes asoleadas, de la mano, muertos de amor, de sudor y de deseo. En La Habana aprendí a bailar de una manera que no olvido al ritmo de los Van Van de los primeros tiempos. Me cuesta bailar salsa a la tica, siempre me devuelvo a la contención del ritmo más propia de los cubanos. No, no lo aprendí con Daniel. Daniel no bailaba.
Pero él y yo hablábamos de todo, él me contaba historias de santería de Brasil, de novias idas, de sus sueños, compartíamos poesías y canciones, yo solo lo miraba y lo miraba...con cara de embobada...La primera vez que nos encontramos en la calle fue bajo un árbol grande, grueso, potente, no recuerdo bien quién llegó primero pero nos derretimos en un abrazo parados encima de sus raíces. Era julio. Julio caliente en La Habana. No teníamos dónde ir, pero la ciudad fue nuestra por horas y horas. Se nos hizo larga la tarde, larga y ansiosa, intensa, roja, desesperada. Los pies se me llenaron de ampollas por la caminada, el corazón me saltaba, me enamoré de él y él de mi.
Desde la noche aquella en mi cuarto, de los desteñidos muros de aquella ciudad musical solo vimos los colores, y de los ojos arrugados de sus viejos sin esperanza sólo vimos la luz. De los calabozos del Morro no teníamos ni idea. Cuba siempre ha sido tierra de contrastes, de extremos, de pasiones hasta el fondo y aquello se nos había metido por las venas.
Puedo jactarme de que me caminé sola el malecón más de una vez esperando a Daniel y que nadie me confundió jamás con "jinetera", porque entonces no las había. Hoy no puedo ver una foto del malecón sin ponerme a llorar. En aquellos largos muros grises quién sabe cuántos amantes se han besado y abrazado y cuántas promesas de amor se han entregado. No sé qué tiene esa ciudad dorada, ese fuego interno, ese mar fogoso, ese descaro.
A pesar de que entre los grupos de estudiantes que vivíamos en Cuba, que éramos bastantes, se mantenía la discreción por razones de seguridad, yo moví cielo y tierra con el objetivo de que los responsables de la organización me dieran permiso para visitar a Daniel en su casa. No se podía hacer por la libre. Lo logré después de un intenso "lobby" entre algunos dirigentes. Gracias a esa osadía, pudimos hacer el amor por primera vez en un corredor del patio, encima de unas sillas viejas, con la noche, las chicharras y los ronquidos de mi hermano y otros compañeros como testigos. Fue un amor calladito , delicado, clandestino y con la ropa puesta.
Si me preguntaran qué sentí esa vez, podría comparar aquello con una pasión serena, una comodidad, el vaso de agua que aplaca la sed.
Nuestro encuentro estuvo lleno de paz . Mucha risa, mucha alegría, mucha ternura. Estar con él me daba una confianza muy grande. Me sentí por primera vez en mis relaciones de pareja acompañada, segura. Eso es lo que recuerdo del sentimiento de los primeros días. Desde entonces sentí a Daniel parte de mi, de mi familia. Nos unimos, de alguna manera, para siempre.
Aquello todavía me pertenece, lo viví con él y por ello estoy agradecida.
5.1.07
1: Managua, 1980. La Habana, 1982
Pucha!...era Daniel un compañero sereno de barro y verde olivo que había conocido yo al menos de vista en otras ocasiones, pero con quien me reencontré en Cuba en 1982. Cuando viajé a Nicaragua en 1980 con mi familia y los compañeros del Partido a la celebración del primer aniversario de la Revolución Sandinista, donde fuimos emocionados y emocionadas a oír a Fidel, lo vi por primera vez.
Nunca se me olvidó. Estábamos hospedados en una escuela en un barrio de Managua...Allí, desde un corredor, a la hora del desayuno, vi llegar a varias personas, pero me detuve en él. La vida te hace esos guiños y una no entiende por qué. En aquellos días apenas tenía yo dieciseis años, estaba en el colegio. El era mayor, pero no mucho más.
Durante los actos de celebración en la plaza, a mi me había dado diarrea y además se me había mojado la cámara y el pasaporte. Desde entonces tomaba fotos. Fuimos parte de una columna de costarricenses que se sumó al evento sintiéndolo como propio. Recuerdo el calor, los retortijones de la panza, la urgencia de un excusado, el sudor frío y mami acompañándome a buscarlo en aquel tumulto. Cuando alcanzamos a ver los baños, era una cola como de setenta y cinco metros y yo en aquella urgencia y mami que me lleva de la mano hasta el principio de la fila, por favor, señora, ¡ ella está con diarrea ! , y toda la gente dándome campo con generosidad.
En aquellos primeros años de la Revolución, el pueblo nica agradecía enormemente a ticos y a ticas el gran apoyo que se le había dado al proceso para llegar al triunfo. La solidaridad desde Costa Rica se hizo multitudinaria, concreta y manifiesta en cantidad de acciones que contribuyeron a a la victoria del movimiento insurgente. Mi familia había sido por años parte de eso, y ese gesto de aquella gente de la cola cuando me cedió el espacio se acomodó de manera preciosa en nuestra celebración personal. A mi en aquellos menesteres y lamentable estado se me olvidó Fidel, su discurso, los desfiles, las consignas, los cantos y las banderas. Sólo había alcanzado a atisbar por entre las cabezas de la multitud la columna de los veteranos de la lucha de Sandino que pasaron de primeros...unos viejitos divinos que a todo el mundo nos había puesto a llorar.
Eramos tan pocos en la organización que cuando aparecía alguien nuevo llamaba la atención. Esa mañana tempranito, sentada en el suelo, desde un corredor, comiéndome el desayuno que nos habían traído en una bolsa plástica donde arroz, frijoles, natilla, queso, tortilla y maduros nadaban en un revoltijo único, un diecinueve de julio de 1980, fue que lo vi por vez primera . El archivo de mi memoria lo ve bajándose de un pick-up . No olvidaría tampoco que de vuelta del viaje, en Peñas Blancas, Daniel se sentó discreto , a comer tajadas fritas de plátano verde en la misma mesa que compartía yo con otras personas. No recuerdo quiénes ocupaban los otros bancos. La verdad solo me acuerdo de su sonrisa detrás de una gran chilera con tapa rosada . Callado, con anteojos, sonriente, bajito y el mantel de plástico verde con flores de colores. El sabor de aquellas tajadas crujientes, saladas y tostaditas tampoco lo olvidé.
La verdad es que Daniel no hablaba mucho pero sabía cuatro idiomas. El nuestro , dos más perfectamente y otro a medias. Sabía bastante de caballos, de Chico Buarque y de María Bethania . Era Ingeniero Agrónomo y además había sido ex-combatiente del Frente Sur. Con él y el calor de las noches habaneras, casi dos años después de aquel encuentro, aprendí a tararear yo misma en portugués la hermosa letra del "Sueño Imposible". Aquella canción que desde entonces integra la banda sonora de mi vida.
Daniel podía ser amorosísimo ¡ y cuando se reía se reía tan rico! Se reía con muchas ganas, sonoramente. De solo acordarme cómo se reía me da risa a mi también. Mi hermano Ernesto, que cuando eso estaba bien pequeño, es de lo que más se acuerda cuando mencionamos a Daniel: su risa. Estudiábamos ambos en la isla las cosas que creíamos nos serían útiles para el trabajo político que realizábamos en nuestro país. Allá Daniel era compañero de mi hermano Antonio y fue el mismo Antonio quien lo trajo a mi vida de manera definitiva.
Una noche llegaron los dos a mi casa para una fiesta, con tan mala suerte que Antonio se emborrachó bien feo y no nos quedó otra que acostarlo en mi camarote, subir a escondidas a mi cuarto y pasar allí la madrugada velándole el sueño, esperando que por la mañana se sintiera mejor. En esa escuela era estrictamente prohibido que hombre alguno subiera a los dormitorios de las mujeres. Parece ridículo y lo era: hablo de una escuela de gente adulta.
El asunto es que Daniel y yo violamos las reglas y nos quedamos conversando por horas en mi cuarto, bastante quedito; mientras Antonio roncaba, la ventana abierta nos traía el olor del mar, siempre el mar...y así, palabra a palabra, mirada a mirada, despacito y sin precisa, nos fuimos enamorando. Por suerte mis compañeras de cuarto, Natalia y Leah, se habían fugado más temprano a los brazos de algún amante cariñoso, posiblemente en los dormitorios de los varones, que estaban cruzando la calle, bastante apartados. Tuvimos esa noche practicamente para nosotros solos. Daniel me contó historias de su vida, yo le conté de la mía, cada palabra se iba desplegando como un tejido que nos iba envolviendo hasta que él me tendió su mano y en ella coloqué la mía con determinación y agradecimiento. No hubo beso esa noche pero nos entregamos el alma desde lo más hondo de los ojos. Lo sé porque estuve allí. Ocurrió.
A partir de esa madrugada nuestras vidas dieron un vuelco que todavía , a ratos, nos incomoda, nos hace buscarnos, abrazarnos, preguntarnos o evitarnos con insistencia patológica. Nada fue nunca más igual.
Nunca se me olvidó. Estábamos hospedados en una escuela en un barrio de Managua...Allí, desde un corredor, a la hora del desayuno, vi llegar a varias personas, pero me detuve en él. La vida te hace esos guiños y una no entiende por qué. En aquellos días apenas tenía yo dieciseis años, estaba en el colegio. El era mayor, pero no mucho más.
Durante los actos de celebración en la plaza, a mi me había dado diarrea y además se me había mojado la cámara y el pasaporte. Desde entonces tomaba fotos. Fuimos parte de una columna de costarricenses que se sumó al evento sintiéndolo como propio. Recuerdo el calor, los retortijones de la panza, la urgencia de un excusado, el sudor frío y mami acompañándome a buscarlo en aquel tumulto. Cuando alcanzamos a ver los baños, era una cola como de setenta y cinco metros y yo en aquella urgencia y mami que me lleva de la mano hasta el principio de la fila, por favor, señora, ¡ ella está con diarrea ! , y toda la gente dándome campo con generosidad.
En aquellos primeros años de la Revolución, el pueblo nica agradecía enormemente a ticos y a ticas el gran apoyo que se le había dado al proceso para llegar al triunfo. La solidaridad desde Costa Rica se hizo multitudinaria, concreta y manifiesta en cantidad de acciones que contribuyeron a a la victoria del movimiento insurgente. Mi familia había sido por años parte de eso, y ese gesto de aquella gente de la cola cuando me cedió el espacio se acomodó de manera preciosa en nuestra celebración personal. A mi en aquellos menesteres y lamentable estado se me olvidó Fidel, su discurso, los desfiles, las consignas, los cantos y las banderas. Sólo había alcanzado a atisbar por entre las cabezas de la multitud la columna de los veteranos de la lucha de Sandino que pasaron de primeros...unos viejitos divinos que a todo el mundo nos había puesto a llorar.
Eramos tan pocos en la organización que cuando aparecía alguien nuevo llamaba la atención. Esa mañana tempranito, sentada en el suelo, desde un corredor, comiéndome el desayuno que nos habían traído en una bolsa plástica donde arroz, frijoles, natilla, queso, tortilla y maduros nadaban en un revoltijo único, un diecinueve de julio de 1980, fue que lo vi por vez primera . El archivo de mi memoria lo ve bajándose de un pick-up . No olvidaría tampoco que de vuelta del viaje, en Peñas Blancas, Daniel se sentó discreto , a comer tajadas fritas de plátano verde en la misma mesa que compartía yo con otras personas. No recuerdo quiénes ocupaban los otros bancos. La verdad solo me acuerdo de su sonrisa detrás de una gran chilera con tapa rosada . Callado, con anteojos, sonriente, bajito y el mantel de plástico verde con flores de colores. El sabor de aquellas tajadas crujientes, saladas y tostaditas tampoco lo olvidé.
La verdad es que Daniel no hablaba mucho pero sabía cuatro idiomas. El nuestro , dos más perfectamente y otro a medias. Sabía bastante de caballos, de Chico Buarque y de María Bethania . Era Ingeniero Agrónomo y además había sido ex-combatiente del Frente Sur. Con él y el calor de las noches habaneras, casi dos años después de aquel encuentro, aprendí a tararear yo misma en portugués la hermosa letra del "Sueño Imposible". Aquella canción que desde entonces integra la banda sonora de mi vida.
Daniel podía ser amorosísimo ¡ y cuando se reía se reía tan rico! Se reía con muchas ganas, sonoramente. De solo acordarme cómo se reía me da risa a mi también. Mi hermano Ernesto, que cuando eso estaba bien pequeño, es de lo que más se acuerda cuando mencionamos a Daniel: su risa. Estudiábamos ambos en la isla las cosas que creíamos nos serían útiles para el trabajo político que realizábamos en nuestro país. Allá Daniel era compañero de mi hermano Antonio y fue el mismo Antonio quien lo trajo a mi vida de manera definitiva.
Una noche llegaron los dos a mi casa para una fiesta, con tan mala suerte que Antonio se emborrachó bien feo y no nos quedó otra que acostarlo en mi camarote, subir a escondidas a mi cuarto y pasar allí la madrugada velándole el sueño, esperando que por la mañana se sintiera mejor. En esa escuela era estrictamente prohibido que hombre alguno subiera a los dormitorios de las mujeres. Parece ridículo y lo era: hablo de una escuela de gente adulta.
El asunto es que Daniel y yo violamos las reglas y nos quedamos conversando por horas en mi cuarto, bastante quedito; mientras Antonio roncaba, la ventana abierta nos traía el olor del mar, siempre el mar...y así, palabra a palabra, mirada a mirada, despacito y sin precisa, nos fuimos enamorando. Por suerte mis compañeras de cuarto, Natalia y Leah, se habían fugado más temprano a los brazos de algún amante cariñoso, posiblemente en los dormitorios de los varones, que estaban cruzando la calle, bastante apartados. Tuvimos esa noche practicamente para nosotros solos. Daniel me contó historias de su vida, yo le conté de la mía, cada palabra se iba desplegando como un tejido que nos iba envolviendo hasta que él me tendió su mano y en ella coloqué la mía con determinación y agradecimiento. No hubo beso esa noche pero nos entregamos el alma desde lo más hondo de los ojos. Lo sé porque estuve allí. Ocurrió.
A partir de esa madrugada nuestras vidas dieron un vuelco que todavía , a ratos, nos incomoda, nos hace buscarnos, abrazarnos, preguntarnos o evitarnos con insistencia patológica. Nada fue nunca más igual.
Epígrafe:
Pienso que juntaré mis poemas
agarrados como una fila de huracanes
y haré un libro desafiante y bello para vos
un libro donde estemos felices
o ariscos, como gatos discutiendo,
un libro que flote en el tiempo de tu tiempo
y que podás enseñar a tus nietos y decirles:
"Miren cómo me amó esta mujer"
con orgullo de macho idolatrado.
Gioconda Belli
agarrados como una fila de huracanes
y haré un libro desafiante y bello para vos
un libro donde estemos felices
o ariscos, como gatos discutiendo,
un libro que flote en el tiempo de tu tiempo
y que podás enseñar a tus nietos y decirles:
"Miren cómo me amó esta mujer"
con orgullo de macho idolatrado.
Gioconda Belli
De atrás para adelante
Este fue un cuento que se anudó entre dos y entre dos se ha ido soltando y salvando poco a poco, para que a nadie le quede doliendo más.
Igualito que el tiempo...lo que pasó primero quedará detrás, debajo...pero quede donde quede quedarán allí las claves de lo que pase después, y aquellos hilitos sueltos se volverán a juntar, y encontrarán la manera de encontrar el principio de la madeja, recobrar aquella armonía que los soltó . Justificarse. Entender por qué pasó lo que pasó.
Igualito que el tiempo...lo que pasó primero quedará detrás, debajo...pero quede donde quede quedarán allí las claves de lo que pase después, y aquellos hilitos sueltos se volverán a juntar, y encontrarán la manera de encontrar el principio de la madeja, recobrar aquella armonía que los soltó . Justificarse. Entender por qué pasó lo que pasó.
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